Releer a Azorín

Hace 119 años, o sea, en 1904, José Martínez Ruiz escribía artículos en el diario “España” bajo el seudónimo de Azorín. Un año más tarde, con motivo de
escribir una serie de artículos sobre “La
Andalucía trágica” fue expulsado como colaborador de “El Imparcial”. Pero no pasó nada en el ánimo de un autor que entre
1894 y 1904 escribió más de doscientos artículos en diversos medios. De todos
los que yo conozco, quiero hacer hincapié en uno de ellos, “Los árboles y el agua” donde Azorín refleja cómo vive por aquellos
días la gente en la España interior, la agrícola, la que siempre estaba insatisfecha entonces, y lo sigue estando
ahora, y la creencia estoica de todos los acontecimientos, su destino y su eterno
retorno en una sucesión cíclica, en eso que Heráclito dio en llamar
palingenesia. Azorín se pregunta “¿Cómo vive esta gente en España? De qué
modo es posible vivir en estas ciudades
muertas, tétricas, y en estos campos sedientos, exhaustos? Cuando pasamos
largas horas en el Casino contemplando
estas caras opacas, inexpresivas, cetrinas, melancólicas, anheladoras, de los
viejos y extáticos [de éxtasis] hidalgos…”. En esa “tierras
peladas, rasas y polvorientas” donde estorban y hasta se odian el agua y los
árboles, mal vamos. Decía Guillermo Bowles,
experto en minería y fallecido en Madrid en 1780, en su “Introducción a la historia natural y a la geografía física de España”:
“En algunos lugares de Campos hay un
grande olmo o algún nogal solo y aislado cerca de la iglesia, que es indicio
seguro de de estar el agua no lejos de la superficie, pues su raíces llegan a
la humedad. Como aquel árbol se ha criado con tanto desabrigo y tan expuesto a
la inclemencia, se podrían criar otros muchos y hacer un país ameno del que
ahora es el más pelado de la Europa; pero no será fácil conseguirlo, porque
aquellas gentes aborrecen los árboles, diciendo que solo les servirían para
multiplicar los pájaros, que se comen el trigo y la uva”. (Segunda edición,
1782, página 287). Por otro lado, Jovellanos,
en su “Informe sobre la ley agraria”, señalaba a los colonos que se quejaban de
acequias y canales recién abiertos: “No
solo se quejan de la contribución que pagan por el beneficio del riego, sino
que pretenden que el riego esteriliza sus tierras”. Llegados a este punto
de estulticia no quisiera terminar este trabajo sin añadir algo de mi cosecha.
Cuando MZA abrió el tramo ferroviario
de vía única Zaragoza-Madrid (16 de mayo de 1863) junto a las vías férreas se
colocaron postes telegráficos para interconectar estaciones. Por aquellos días
Aragón sufrió una gran sequía y los lugareños de la ribera del Jalón
atribuyeron la escasez de agua a la colocación de aquellos postes telegráficos.
En alguno de esos pueblos se pensó en hacer sabotajes y en varias ocasiones
tuvo que intervenir la Guardia Civil para evitarlo.
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