domingo, 13 de agosto de 2023

Releer a Azorín

 


 

Hace 119 años, o sea, en 1904, José Martínez Ruiz escribía artículos en el diario “España” bajo el seudónimo de Azorín. Un año más tarde, con motivo de escribir una serie de artículos sobre “La Andalucía trágica” fue expulsado como colaborador de “El Imparcial”. Pero no pasó nada en el ánimo de un autor que entre 1894 y 1904 escribió más de doscientos artículos en diversos medios. De todos los que yo conozco, quiero hacer hincapié en uno de ellos, “Los árboles y el agua” donde Azorín refleja cómo vive por aquellos días la gente en la España interior, la agrícola, la que siempre estaba  insatisfecha entonces, y lo sigue estando ahora, y la creencia estoica de todos los acontecimientos, su destino y su eterno retorno en una sucesión cíclica, en eso que Heráclito dio en  llamar palingenesia. Azorín se pregunta  “¿Cómo vive esta gente en España? De qué modo  es posible vivir en estas ciudades muertas, tétricas, y en estos campos sedientos, exhaustos? Cuando pasamos largas horas en el Casino  contemplando estas caras opacas, inexpresivas, cetrinas, melancólicas, anheladoras, de los viejos y extáticos [de éxtasis]  hidalgos…”. En esa “tierras peladas, rasas y polvorientas” donde estorban y hasta se odian el agua y los árboles, mal vamos. Decía Guillermo Bowles, experto en minería y fallecido en Madrid en 1780, en su “Introducción a la historia natural y a la geografía física de España”: “En algunos lugares de Campos hay un grande olmo o algún nogal solo y aislado cerca de la iglesia, que es indicio seguro de de estar el agua no lejos de la superficie, pues su raíces llegan a la humedad. Como aquel árbol se ha criado con tanto desabrigo y tan expuesto a la inclemencia, se podrían criar otros muchos y hacer un país ameno del que ahora es el más pelado de la Europa; pero no será fácil conseguirlo, porque aquellas gentes aborrecen los árboles, diciendo que solo les servirían para multiplicar los pájaros, que se comen el trigo y la uva”. (Segunda edición, 1782, página 287). Por otro lado, Jovellanos, en su “Informe sobre la ley agraria”,  señalaba a los colonos que se quejaban de acequias y canales recién abiertos: “No solo se quejan de la contribución que pagan por el beneficio del riego, sino que pretenden que el riego esteriliza sus tierras”. Llegados a este punto de estulticia no quisiera terminar este trabajo sin añadir algo de mi cosecha. Cuando MZA abrió el tramo ferroviario de vía única Zaragoza-Madrid (16 de mayo de 1863) junto a las vías férreas se colocaron postes telegráficos para interconectar estaciones. Por aquellos días Aragón sufrió una gran sequía y los lugareños de la ribera del Jalón atribuyeron la escasez de agua a la colocación de aquellos postes telegráficos. En alguno de esos pueblos se pensó en hacer sabotajes y en varias ocasiones tuvo que intervenir la Guardia Civil para evitarlo.

 

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