lunes, 28 de agosto de 2023

El ojo que ves no es...

 


 

Tenía entendido que el ojo de boticario era un armarito ovalado (cordialera) donde se guardaban los productos de más valor para llevar a cabo determinadas fórmulas magistrales en las oficinas de Farmacia. Pero hoy, leyendo un foro del Centro Virtual Cervantes, he descubierto algo que no sabía. Rosa Vélez, en ese foro, señala que “en la farmacia de hoy, no existe ya el ‘ojo del boticario’, auténtica lente gran angular que consistía en una gran redoma llena de agua coloreada de azul, verde o rojo, posiblemente con sulfato de cobre, azul de metileno, violeta de genciana o permanganato, y que se colocaba estratégicamente en el mostrador, permitiendo al boticario ver desde la rebotica quien entraba en la farmacia. Este artilugio dio origen a la frase que dice que algo había sentado ‘como pedrada en ojo de boticario’ y que se refiere a que este antecedente de la videocámara en circuito cerrado era destino frecuente de la puntería de los traviesos chavales que sus tirachinas trataban de acertarle”. No debe confundirse con “pedrada en ojo de vicario”. En Toledo existe (o existía) en el callejón del vicario, un  pequeño cuadro en una hornacina que representa una cabeza femenina de perfil mirando al suelo, donde los chavales iban a lanzarle pedradas en un intento de atinar en el único ojo que aparece en la imagen. La calle en cuestión está situada enfrente de la Puerta Llana de la catedral. Ese callejón se denominaba calle Cárcel del Vicario desde el siglo XV, y antes de ello, Adarve de Atocha y más tarde, calle de la Cárcel del Arzobispo. La cárcel ya existía en 1380 y era atendida en principio por la cofradía de san Pedro Advincula y, posteriormente, por Carmelitas Descalzos. A comienzos del siglo XX fue morada de un alguacil de apellido Torres, que asustaba a los niños por su manera de vestir, con una capa negra y tapándose la cara con un sombrero de ala ancha. De cualquier manera no sé qué es peor, si toparte con un boticario con un parche de hule en un ojo despachando aspirinas, o con un vicario con bonete de cuatro picos sobre la cabeza ocultando el esquile de la tonsura por el frío y húmedo claustro de la catedral de Lugo. No sé, como digo, nunca lo había pensado.

 

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