Juan Pollastre, experto en Ufología
¡Ahí está, al fin lo
veo…! Juan Pollastre de Gambito, natural de Lustrillo de la Vera, en la provincia de
Zaragoza, había leído todo lo que hay que leer en estos casos para llegar a ser
un experto en Ufología. En su domicilio las novelas de ciencia-ficción,
ciencias ocultas y demás zarandajas, ocupaban siete estanterías. De la misma
manera, bueno será añadir que conocía multitud de teorías sobre platillos
voladores, hombrecillos verdosos y planetas imaginarios. Su imaginación
creadora era capaz de llegar hasta límites insospechados, hasta el punto que de
adolescente pretendió volar y construyó un extraño artefacto articulado que
bautizó como planeabú. Contaban por
ahí que hasta quiso patentarlo. Estaba formado por lona y un simple esqueleto
de caña de bambú. Se sujetaba al cuerpo por medio de unos tirantes de persiana,
y en su parte inferior se acoplaba en una especie de braguero. Así quedaba muy
asegurado al cuerpo en el planeo de descenso.
Y
como sucede con todos los inventos, aquel debería ser probado. Se acercó a la Casa Consistorial
lleno de ilusión para contarle a su tío Luis su grandioso proyecto. Don Luis
Mandria de Gambito era por aquello días alcalde-presidente del Ayuntamiento de
Lustrillo. Su tío, pensando que si bien era plausible cualquier invención de un
hijo del pueblo, más aún lo sería si tal discernimiento emanaba del cacumen de
su sobrino Juanito. Si tenemos en cuenta que las fiestas patronales estaban a
la vuelta de la esquina y que el tiempo de llover no estaba, a don Luis se le
ocurrió que tal invento podría ser probado ante
todo el vecindario e incluso de los forasteros, que siempre aparecían al
tufillo de una asegurada diversión.
--Este
año daremos el golpe, Juanito. Cuando el Gobernador se entere de que tengo un
sobrino inventor, ya verás cómo me propone para diputado provincial.
A
don Luis Mandria de Gambito se le llenaron los ojos de lágrimas. Se había
emocionado. El color de su rostro se iluminaba y los delirios de grandeza
crecían como crece la amapola en el trigal.
--Verás
como todo sale bien, tío.
--
De ello estoy seguro, chaval. Un Gambito es siempre algo sorprendente. Como
muestra, ahí tienes a mi hermano Venancio de coadjutor de la Diócesis de Tarazona.zA Juanito le sonaba aquello de coadjutor como
algo importantísimo dentro de la curia romana.
Para éste, era, por aproximación, como tener un tío director general del
Banco Ambrosiano y codearse con Mazirkus.
Abrigando
la esperanza de que aquello del invento pudiera ser rentable desde el punto de
vista político, al tiempo que iba a alegrar sobremanera unas decaídas fiestas
populares, no dudó don Luis Mandria en convocar a los concejales en pleno
extraordinario para intentar aprobar aquel desatino. Y se aprobó por unanimidad.
El
tiempo también vuela y sin apenas darnos cuenta llegaron las fiestas patronales
en honor del ilustre patrón San Gregorio de Ostia.
¡Que
Santa lucía nos conserve la vista y los ángeles nos tiendan su mano!
El pregón fue leído la víspera, poco antes
del comienzo de las completas, por el alguacil titular Gabino Polaina, que
solía presumir en el café de haber formado parte de la Coral Bilbilitana.
El
lugar de despegue no estaba definido. En principio se pensó que Juanito debería
lanzarse al vacío desde la chimenea de una vieja fábrica de ladrillos. Pero se
desechó la idea por parecerle al protagonista como arriesgado. Tras un tiempo
de reflexión, aclarados conceptos y matizados lugares, se optó por el balcón
del Casino. Resultaría más lucido. Pero
dicho lugar tampoco era manco, si se considera que en Lustrillo las ventanas de
las casas daban por el lado trasero a un profundo barranco. Así, lo que por su
lado principal quedaba a ras de calle, por el lado posterior equivalía a un
quinto piso. Ya solía decir Gabino
Polaina que en Lustrillo no había cojos, porque el que se caía se mataba. El
lugar de aterrizaje era imprevisible. De ello dependerían entre otros factores
la fuerza y la dirección del viento dominante.
Por aproximación, Juanito iría a parar a las faldas del Moncayo.
Para
Juan Pollastre las alturas no tenían misterio. De chico fue monaguillo y estaba
muy acostumbrado a buscar nidos de cardelina encaramado a la torre de la
iglesia. Como el párroco era conocedor de tales habilidades, le utilizaba para
que pusiera la antena del televisor mirando al repetidor de La Muela cuando el cierzo la
movía de su sitio y perdía el tino de la imagen.
Juanito
era poseedor del bautismo de sangre en travesuras, que le imprimieron carácter
en las tres hermosas calvas que lucía en su dura y puntiaguda cabeza. La del
parietal derecho era como un marchamo de esos que ponían en los chorizos de
Calamocha. Se la hizo un malhadado día su primo Angelín, que era malo como la
quina, con una lata de conservas de Vigo. La segunda calva, pese a ser más
profunda, era más disimulable y sólo se le veía los días de viento. Se la hizo
de forma tonta con el manillar de una bicicleta cuando se le espantó en una
curva sin peralte. La otra calva era de
tipo sarnoso y decía haberla pillado en la barbería. Se la trataban con tintura de yodo y tenía un
aspecto amarillento, como el dulce de guayaba.
Debajo,
en la calle, por el lado en que las casas miraban al barranco, se encontraban
las fuerzas vivas y los vendedores ambulantes:
--¡Pipas
de girasol, petardos, tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín...! ¡Que se acaban,
oiga!
Mocos,
humo de tagarninas, guardias civiles con una especie de máquina de escribir
encima de la cabeza, la peana, el santo, el cura, las beatas, mozos acalorados
por el ojén de garrafa, guirlaches, mixtos “garibaldi”,
comadres enlutadas, pitos, flautas, y la pintoresca figura de un imbécil
intentando poner orden en semejante desmadre barriobajero. La orquesta de
Aniñón entonaba un fragmento de “El gato
montés” y el alguacil, de pana y plata, amenazaba con la trena a un chulo
de toril que se entretenía en intentar meter mano a una terciaria franciscana.
¡Qué
quieren que les cuente! Aquello fracasó como fracasan las cosas mal ensayadas.
Al tirarse del balcón, al pobre Juanito se le quedó un tirante del braguero en
un barrote y casi muere en el intento. El personal lo pasó bien, como en tarde
de vaquillas, pero al pobre zagal le tuvieron que llevar a un médico de
Zaragoza que entendiera de apaños escrotales o, a una mala, de gaitas gallegas
--Son
gajes del oficio-- decía Gabino Polaina a la concurrencia.
--Ya
no podrá tener hijos -- sentenciaron los más catastrofistas.
--Más
cornadas produce el hambre-- cuentan que añadió don Facundo, el boticario de
mierda. Don Facundo siempre salía con alguna pata de banco. En cierta ocasión a
alguien se le ocurrió comentar en el café que la subida de la gasolina le había
sentado como pedrada en ojo de boticario y éste quiso demandarle.
En
fin, todo cuanto acabo de narrar sucedió en los años del hambre, cuando los
piojos, ladillas, chatarreros, murcianos y gente de mal vivir campaban a sus
anchas. Mucha agua ha llovido desde entonces.
Hoy es posible que Juanito no hubiese arriesgado su vida por tirarse
desde un balcón y hasta pudiera suceder que en Lustrillo ya dispongan de agua
corriente, se haya muerto Gabino Polaina y exista una discoteca de música pop.
Y si me apuran, hasta podría ser que por el barranco no hubiere ni agua que
llover y que los mozos se sienten a la puerta del snak-bar a mascar chiclé y fardar de pasotas. La vida tranquila de las gentes de los
pueblos, que mala no es pero buena tampoco, ha cambiado de rumbo. Ya puestos a
pensar mal, hasta pudiera ser que las casas estén semivacías y que la mayoría
de sus habitantes se marchasen a Zaragoza, o a Barcelona, para trabajar en un
maldito polígono industrial, vendiendo fincas y enseres en aras de un aparente
mayor bienestar, o sea, cegados por un falso brillo que, como suele acontecer
en estos casos y en otros que ahora no vienen a cuento, siempre terminan
por ser de oropel.
Lo que sí era cierto, y que me aspen si no
digo verdad, es que Juan Pollastre de Gambito se había hecho también adulto.
Dicen que había llegado a ser todo un experto en Ufología y Ciencias
Paranormales. En sus ratos de ocio solía ir a descampados y barrancos a matar
alacranes con tirachinas. Una tarde se cayó de la bicicleta y se rompió varios
huesos. Y quedó postrado en una cama de hospital forrado de escayolas. Se quedó
dormido. Le entró un sudor frío. Temblaba. Al fin lo veía. Era un ovni precioso y multicolor. Necesitaba
tocarlo con sus manos. Entendía la postura de santo Tomás. El hecho de poder
observar aquel artefacto extraterrestre era insuficiente para él. Aquella
ansiedad era producto del profundo temor a lo desconocido. Apuntando con el dedo índice creía tocarlo.
Un fuerte dolor le hizo despertar
sobresaltado. Era una solemne bofetada de su mujer, a la que en su apoteósico
delirio le estaba metiendo el dedo en un ojo.
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