lunes, 7 de agosto de 2023

Juan Pollastre, experto en Ufología

 

    ¡Ahí está, al fin lo veo…! Juan Pollastre de Gambito, natural de Lustrillo de la Vera, en la provincia de Zaragoza, había leído todo lo que hay que leer en estos casos para llegar a ser un experto en Ufología. En su domicilio las novelas de ciencia-ficción, ciencias ocultas y demás zarandajas, ocupaban siete estanterías. De la misma manera, bueno será añadir que conocía multitud de teorías sobre platillos voladores, hombrecillos verdosos y planetas imaginarios. Su imaginación creadora era capaz de llegar hasta límites insospechados, hasta el punto que de adolescente pretendió volar y construyó un extraño artefacto articulado que bautizó como planeabú. Contaban por ahí que hasta quiso patentarlo. Estaba formado por lona y un simple esqueleto de caña de bambú. Se sujetaba al cuerpo por medio de unos tirantes de persiana, y en su parte inferior se acoplaba en una especie de braguero. Así quedaba muy asegurado al cuerpo en el planeo de descenso.

    Y como sucede con todos los inventos, aquel debería ser probado. Se acercó a la Casa Consistorial lleno de ilusión para contarle a su tío Luis su grandioso proyecto. Don Luis Mandria de Gambito era por aquello días alcalde-presidente del Ayuntamiento de Lustrillo. Su tío, pensando que si bien era plausible cualquier invención de un hijo del pueblo, más aún lo sería si tal discernimiento emanaba del cacumen de su sobrino Juanito. Si tenemos en cuenta que las fiestas patronales estaban a la vuelta de la esquina y que el tiempo de llover no estaba, a don Luis se le ocurrió que tal invento podría ser probado ante  todo el vecindario e incluso de los forasteros, que siempre aparecían al tufillo de una asegurada diversión.

    --Este año daremos el golpe, Juanito. Cuando el Gobernador se entere de que tengo un sobrino inventor, ya verás cómo me propone para diputado provincial.

    A don Luis Mandria de Gambito se le llenaron los ojos de lágrimas. Se había emocionado. El color de su rostro se iluminaba y los delirios de grandeza crecían como crece la amapola en el trigal.

     --Verás como todo sale bien, tío.

     -- De ello estoy seguro, chaval. Un Gambito es siempre algo sorprendente. Como muestra, ahí tienes a mi hermano Venancio de coadjutor de la Diócesis de Tarazona.zA Juanito le sonaba aquello de coadjutor como algo importantísimo dentro de la curia romana.  Para éste, era, por aproximación, como tener un tío director general del Banco Ambrosiano y codearse con Mazirkus.

    Abrigando la esperanza de que aquello del invento pudiera ser rentable desde el punto de vista político, al tiempo que iba a alegrar sobremanera unas decaídas fiestas populares, no dudó don Luis Mandria en convocar a los concejales en pleno extraordinario para intentar aprobar aquel desatino. Y se aprobó por unanimidad.

    El tiempo también vuela y sin apenas darnos cuenta llegaron las fiestas patronales en honor del ilustre patrón San Gregorio de Ostia.

    ¡Que Santa lucía nos conserve la vista y los ángeles nos tiendan su mano!

   El pregón fue leído la víspera, poco antes del comienzo de las completas, por el alguacil titular Gabino Polaina, que solía presumir en el café de haber formado parte de la Coral Bilbilitana.

    El lugar de despegue no estaba definido. En principio se pensó que Juanito debería lanzarse al vacío desde la chimenea de una vieja fábrica de ladrillos. Pero se desechó la idea por parecerle al protagonista como arriesgado. Tras un tiempo de reflexión, aclarados conceptos y matizados lugares, se optó por el balcón del Casino. Resultaría más lucido.  Pero dicho lugar tampoco era manco, si se considera que en Lustrillo las ventanas de las casas daban por el lado trasero a un profundo barranco. Así, lo que por su lado principal quedaba a ras de calle, por el lado posterior equivalía a un quinto piso.  Ya solía decir Gabino Polaina que en Lustrillo no había cojos, porque el que se caía se mataba. El lugar de aterrizaje era imprevisible. De ello dependerían entre otros factores la fuerza y la dirección del viento dominante.  Por aproximación, Juanito iría a parar a las faldas del Moncayo.

    Para Juan Pollastre las alturas no tenían misterio. De chico fue monaguillo y estaba muy acostumbrado a buscar nidos de cardelina encaramado a la torre de la iglesia. Como el párroco era conocedor de tales habilidades, le utilizaba para que pusiera la antena del televisor mirando al repetidor de La Muela cuando el cierzo la movía de su sitio y perdía el tino de la imagen.

   Juanito era poseedor del bautismo de sangre en travesuras, que le imprimieron carácter en las tres hermosas calvas que lucía en su dura y puntiaguda cabeza. La del parietal derecho era como un marchamo de esos que ponían en los chorizos de Calamocha. Se la hizo un malhadado día su primo Angelín, que era malo como la quina, con una lata de conservas de Vigo. La segunda calva, pese a ser más profunda, era más disimulable y sólo se le veía los días de viento. Se la hizo de forma tonta con el manillar de una bicicleta cuando se le espantó en una curva sin peralte.  La otra calva era de tipo sarnoso y decía haberla pillado en la barbería.  Se la trataban con tintura de yodo y tenía un aspecto amarillento, como el dulce de guayaba.

    Debajo, en la calle, por el lado en que las casas miraban al barranco, se encontraban las fuerzas vivas y los vendedores ambulantes:

    --¡Pipas de girasol, petardos, tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín...! ¡Que se acaban, oiga!

    Mocos, humo de tagarninas, guardias civiles con una especie de máquina de escribir encima de la cabeza, la peana, el santo, el cura, las beatas, mozos acalorados por el ojén de garrafa, guirlaches, mixtos “garibaldi”, comadres enlutadas, pitos, flautas, y la pintoresca figura de un imbécil intentando poner orden en semejante desmadre barriobajero. La orquesta de Aniñón entonaba un fragmento de “El gato montés” y el alguacil, de pana y plata, amenazaba con la trena a un chulo de toril que se entretenía en intentar meter mano a una terciaria franciscana.

    ¡Qué quieren que les cuente! Aquello fracasó como fracasan las cosas mal ensayadas. Al tirarse del balcón, al pobre Juanito se le quedó un tirante del braguero en un barrote y casi muere en el intento. El personal lo pasó bien, como en tarde de vaquillas, pero al pobre zagal le tuvieron que llevar a un médico de Zaragoza que entendiera de apaños escrotales o, a una mala, de gaitas gallegas

    --Son gajes del oficio-- decía Gabino Polaina a la concurrencia.

    --Ya no podrá tener hijos -- sentenciaron los más catastrofistas.

    --Más cornadas produce el hambre-- cuentan que añadió don Facundo, el boticario de mierda. Don Facundo siempre salía con alguna pata de banco. En cierta ocasión a alguien se le ocurrió comentar en el café que la subida de la gasolina le había sentado como pedrada en ojo de boticario y éste quiso demandarle.

    En fin, todo cuanto acabo de narrar sucedió en los años del hambre, cuando los piojos, ladillas, chatarreros, murcianos y gente de mal vivir campaban a sus anchas. Mucha agua ha llovido desde entonces.  Hoy es posible que Juanito no hubiese arriesgado su vida por tirarse desde un balcón y hasta pudiera suceder que en Lustrillo ya dispongan de agua corriente, se haya muerto Gabino Polaina y exista una discoteca de música pop. Y si me apuran, hasta podría ser que por el barranco no hubiere ni agua que llover y que los mozos se sienten a la puerta del snak-bar a mascar chiclé y fardar de pasotas.  La vida tranquila de las gentes de los pueblos, que mala no es pero buena tampoco, ha cambiado de rumbo. Ya puestos a pensar mal, hasta pudiera ser que las casas estén semivacías y que la mayoría de sus habitantes se marchasen a Zaragoza, o a Barcelona, para trabajar en un maldito polígono industrial, vendiendo fincas y enseres en aras de un aparente mayor bienestar, o sea, cegados por un falso brillo que, como suele acontecer en estos casos y en otros que ahora no vienen a cuento, siempre terminan por   ser de oropel.

    Lo que sí era cierto, y que me aspen si no digo verdad, es que Juan Pollastre de Gambito se había hecho también adulto. Dicen que había llegado a ser todo un experto en Ufología y Ciencias Paranormales. En sus ratos de ocio solía ir a descampados y barrancos a matar alacranes con tirachinas. Una tarde se cayó de la bicicleta y se rompió varios huesos. Y quedó postrado en una cama de hospital forrado de escayolas. Se quedó dormido. Le entró un sudor frío. Temblaba. Al fin lo veía. Era un ovni precioso y multicolor. Necesitaba tocarlo con sus manos. Entendía la postura de santo Tomás. El hecho de poder observar aquel artefacto extraterrestre era insuficiente para él. Aquella ansiedad era producto del profundo temor a lo desconocido.  Apuntando con el dedo índice creía tocarlo. 

    Un fuerte dolor le hizo despertar sobresaltado. Era una solemne bofetada de su mujer, a la que en su apoteósico delirio le estaba metiendo el dedo en un ojo.

 

No hay comentarios: