lunes, 21 de agosto de 2023

Las calores

 



Cada día, al escuchar al “hombre o la mujer del tiempo”, siento envidia por los montañeses, a los que ahora llaman cántabros, cuando descubro que en Santander las máximas rondan los 26 grados de máxima, mientras que en Zaragoza, donde yo resido, las máximas se aproximan o sobrepasan a los 40 grados. Dicen que todo es cuestión de acostumbrarse. Puede, pero yo no me acostumbro. Quizás me adiestre en el difícil arte de la contemplación el día que el paisaje del desierto de los Monegros se parezca a la Vega del Pas observado desde el puerto de la Braguía, con Villacarriedo al fondo, cosa que veo difícil. Un día, leyendo un artículo de opinión de Manuel Montes Cleries (El Siglo XXI, 8 de agosto de 2022) descubrí que existe el calor, la calor, los calores y las calores. Cuenta: “En mi infancia no había frigoríficos. Había que recurrir al botijo o a la fresquera. Como mucho podíamos adquirir cerveza fría o tinto con gaseosa en la taberna de la esquina. El tío de los helados asomaba por la calle con una bicicleta en cuyo portamantas cabalgaba una heladora llena de helado de ‘mantecado’. En un aparatillo cuadrado introducía una galleta y una capa más o menos gruesa en función de nuestra aportación económica. La más fina, dos gordas; el completo, una peseta”. Yo también me acuerdo de aquellos tiempos. No sé mucha Física ni conozco en profundidad el principio de la Termodinámica, pero sí percibo cuando aquí no hay quien pare. No queda otra que la resignación, cerrar bien ventanas y persianas, beber tragos de botijo y sentarte en un sillón a leer, al menos en mi caso, novelas del comisario  Maigret. Aquel tipo de los helados –recuerdo- siempre se ponía una chaquetilla blanca para servir los cortes de mantecado helado que portaba en un  bidón forrado de corcho. Un día el heladero desapareció de nuestras vidas, como el estañador, el afilador, el pielero y el chatarrero que pesaban el género con una vieja romana. Ninguno de ellos recibió la Medalla del Trabajo con colgajo azul y en su modalidad de ‘bronce’, que era la que se concedía a los obreros distinguidos durante la dictadura franquista. Algunos se la merecieron, no se vaya a creer usted…

 

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