viernes, 4 de agosto de 2023

Las cárcavas del misterio

 


Recuerdo que antaño, en verano, coincidiendo con fiestas patronales, cada ciudad y cada villorrio recibía la visita de circos trashumantes, carruseles y saltimbanquis, todos de quita y pon. Según el tamaño de la ciudad o del pueblo, así era el espectáculo. En las grandes urbes había taquillas para expender entradas, en los pueblos los artistas que aparecían sin que nadie les llamase se limitaban a pasar la gorra y recaudar algunas monedas que, a veces, no les daban para llevarse a la boca una comida de fuste. Más de treinta ciudades levantaban sus carpas con unos mástiles, unos asientos corridos y unas lonas en un descampado donde el sol daba de plano. Todo eso ya casi es historia. La gente ha cambiado sus gustos y el alcohol y la charanga han sustituido el trabajo de los artistas de trapecio, los payasos agridulces y unas fieras obedientes al látigo del domador de chaqueta entorchada, botonadura dorada y bigote de guardia civil. También cerraron los cines, donde las “españoladas” en blanco y negro hacían llorar de risa o de pena a los espectadores apoltronados en ruidosas butacas de madera. Daba igual de qué película se tratase, si de Benito Perojo, Florián Rey o Ladislao Vajda. Hace 62 años, tal día como hoy, 4 de agosto, el “parte”  de RNE contaba que hombres de ciencia norteamericanos habían establecido contactos por teléfono inalámbrico entre Holmdel (Nueva Jersey) y un puesto en el desierto de California, rebotando las señales en la Luna. Seguro que a los radioyentes de entonces aquella noticia se la traía al fresco. Hay cosas que espantaban a la gente y les daba tembleques cuando no se acoplaban a sus entendederas, salvo lo que contaba el cura en las homilías, siempre sin mala intención.Verbigracia: si el cura decía  mater boni consilii, todos contestaban ora pro nobis, y asunto zanjado. Hay cárcavas, como las barrancas de Burujón, que encierran mucho misterio.

 

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