sábado, 30 de agosto de 2025

Un agosto para olvidar

 

 

Se acaba la cera de la vela de agosto, como todo en este mundo. Pues nada, puente de plata. Hoy se cumple el cuadragésimo aniversario de la muerte de José Cubero, El Yiyo, en la plaza de Colmenar Viejo. En principio no estaba en el cartel pero un parte de baja de Curro Romero  fue el motivo de que su apoderado, Tomás Redondo, tomase la sustitución. Formó terna junto a Antoñete y José Luis Palomar. Estoqueó al sexto toro que le había caído en suerte, Burlero, pero aquel morlaco antes de morir estiró el cuello y le tomó por la espalda produciéndole a El Yiyo una rotura cardíaca que le condujo a una muerte casi instantánea. Más tarde, en su domicilio de Canillas, su cadáver fue amortajado con traje burdeos y azabache y trasladado a la parroquia de Nuestra Señora del Camino, donde quedó instalada la capilla ardiente. Había tomado la alternativa en Burgos el 30 de junio de 1981 de manos de Ángel Teruel, siendo testigo José María Manzanares, que le cedió la muerte del toro Comadrejo, de la ganadería de Joaquín Buendía. Se acaba agosto, se sosiega el furor de los incendios y se abre la puerta grande al nuevo curso político, que barrunto tormentoso como barquilla en un proceloso mar que ruge como un león dentro de su jaula. Y en lo meteorológico volvemos a las dos Españas: un frente atlántico amenaza la parte norte con rayos y centellas mientras la otra mitad se seguirá achicharrando de calor. Muchos turistas veraniegos hacen las maletas, los chavales preparan la mochila del instituto y sus padres, tras las pequeñas vacaciones y con tantas idas y venidas a las librerías, se quedan secos como la mojama. Antes había que subir la empinada cuesta de enero; y ahora, también, la de septiembre, con repechos como los de Los Tornos subiendo desde Lanestosa, patria chica y tierra idolatrada de mi abuelo materno. Por cierto, a esa villa le quisieron cambiar el nombre en 1979, cuando la Real Academia de la Lengua Vasca propuso como topónimo en euskera el nombre de Isasti, que significa retamal. Pero aquella estrafalaria propuesta no tuvo éxito entre los nestosanos. Pues bien, los padres de familia son los nuevos ‘reyes de la cuesta’, como durante nuestra niñez lo fue Federico Martín Bahamontes, apodado  “Águila de Toledo”, el primer español en ganar un Tour de Francia. Se cuenta de él que en 1954 se comió un  helado de vainilla en una de las etapas del ‘Tour’, en la cima del Col de La Romayère, cuando llevaba catorce minutos de ventaja al pelotón. Las crónicas cuentan que “iba escapado con tres corredores más, Leguilly, Lazaride y un belga que tenía un ojo de cristal”. Todo muy surrealista. Mañana san Ramón Nonato, el Ramón de Ramones. Lo recuerdo por si alguien quiere felicitarme. Les deseo un feliz fin de semana.

 

viernes, 29 de agosto de 2025

La casa de Argamasilla

 

 

 

Cuando alguien que vive en la gran urbe visita a un amigo que habita en una aldea perdida puede más tarde en un escrito describir cómo es la casa, si tiene puerta de entrada de dos hojas, si en la cocina se conservan las vigas de madera, si hay cadiera y bancadas, o pértigas para colocar la  comida, si hay  sartenes con trébedes sobre las brasas, etcétera. Es decir, todo aquello que choca de alguna manera con las cocinas actuales, donde no queda sitio ni para colgar una ristra de ajos. Pero es todavía más difícil, si cabe, describir una casa imaginaria en Argamasilla de Alba, como hizo Azorín en un artículo publicado en el diario España en 1903, en la que supuestamente habitó un hidalgo llamado don Alonso Quijano durante el siglo XVI y parte del XVII. Argamasilla de Alba a comienzos del siglo XX tenía una población de 3.400 habitantes (hoy ese municipio del partido judicial de Tomelloso se acerca a los 7.000). Lo que sí es cierto es que en el siglo XIX, el infante carioca Sebastián de Borbón y Braganza, prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, compró la casa de Medrano, el caserón en cuya cueva estuvo preso Cervantes por un tiempo y donde pudo haber escrito algunas páginas del “Quijote”. Se pagó por ella 38.798 reales. El infante portugués fue hijo de Pedro Carlos de Borbón  y María Teresa de Braganza, princesa de Beira. Era infante de España y gran prior de la Orden  de San Juan de Jerusalén en los reinos de Castilla y León, bisnieto de Carlos III, sobrino nieto de Carlos IV, sobrino de Fernando VII y primo de Isabel II. Aunque juró fidelidad a la reina se declaró partidario de Carlos María Isidro. Llegó a ser capitán general de los carlistas y planificó la victoriosa batalla de Oriamendi (1837). Más tarde pasó veinte años en Italia hasta ser perdonado por Isabel II en 1859 y serle devueltos todos los honores. Al ser destronada la reina en 1868 Sebastián de Borbón se marchó a vivir a Pau, donde falleció en 1875. Está enterrado en el Panteón de Infantes de El Escorial. Como decía al principio, Azorín describe la casa de Argamasilla de esta manera: “La casa tiene una puerta con sus jambas y un dintel de piedra, una reja salediza, recia, y rematada por una cruz, dos ventanas diminutas bajo el alero”. (…) “Su dueño, D. Alonso es, ante todo, un hombre sentimental, efusivo, imaginativo, de un gran corazón. Pasa sus días modestamente; con él  viven una criada vieja, que lleva en la casa muchos años, y una linda muchacha, una gentil mancheguita -Constancia, Aurelia o Leonor- es hija de la hermana del caballero…”. (…) “Don Alonso madruga mucho; va a dar algunos ratos un paseo  por unos bancales que tiene en las cercanías; a veces, en unión de otros buenos vecinos, sale a correr las liebres con sus galgos y su caballejo trotón”. También Azorín aprovecha para hacer un recorrido por su indumentaria: “D. Alonso viste con esa elegancia sencilla,  sólida, de los señores de pueblo; su sayo es de velarte –paño suave-; el vellorí que gasta para sus gregüescos es ‘de lo más fino’, y sus calzas y sus pantuflas son de velludo”. Y aclara que come poco: “A mediodía, se come uno olla con más de berza que carnero; por las noches se sirve un salpicón; si es viernes se confecciona un potaje de lentejas, y los sábados, indefectiblemente, no faltan en la mesa los duelos y quebrantos”. (…) “Cuando llega el crepúsculo vespertino, el caballero coge el enorme volumen con las dos manos y se pone junto a la ventana, de pie, inmóvil, absorto; y así que la claror va siendo opaca, débil, y las sombras no permiten distinguir los caracteres impresos, don Alonso da una gran voz para que vengan a encender el velón; y luego, puestos los dos codos sobre la dura tabla, prosigue ensimismado en su lectura”. El artículo de Azorín, para mí al menos, no tiene desperdicio. Invito a su lectura. Ricardo Royo Villanova, ilustre médico y terciario franciscano, publicó un trabajo “La locura de don Quijote” (Zaragoza, Imp. E. Casañal, 1905) donde mantuvo que ese magro personaje de novela de caballerías estaba barrenado como una vicuña del Paraguay. Yo creo que no. Para mí fue crítico de la época aunque con una percepción distorsionada en un mundo idealizado por él y alejado de una cruda realidad decepcionante.

 

jueves, 28 de agosto de 2025

Unas precisiones necesarias


 


Leo en la prensa que jóvenes de Ernai, la organización juvenil de Sortu, colocan estos días placas en memoria de dos miembros de ETA fusilados durante el franquismo en las inmediaciones del cementerio de Sardañola  del Vallés (Barcelona) y en la cárcel de Burgos (sic) donde fueron fusilados Juan Paredes Manot, alias Txiki y el azpeitiarra Ángel Otaegui, alias Caraquemada, el 27 de septiembre de 1975. En esa noticia encuentro algunas imprecisiones. Ángel Otaegui fue ejecutado poco antes de las 8 y media de la mañana del día 27 de septiembre en el penal burgalés de Villalón. Con ello se daba cumplimiento a la sentencia dictada en el consejo de guerra del 29 de agosto anterior celebrado en el Regimiento de Artillería 63, de Burgos. El condenado había pasado 12 horas en capilla acompañado del capellán de la Cruz Roja y por el segundo capellán de ese penal, Julio Lucio. Pidió una botella de brandy para combatir el frío y  unos paquetes de cigarrillos. Charló con los dos curas toda la noche pero se negó a confesar. A las 10 de la mañana fue informada su familia de que ya podían hacerse cargo del cadáver. A las 17 horas  el muerto salía del penal acompañado de 5 jeeps de la Fuerza Pública. Cuatro horas después la comitiva llegaba a al barrio de Nuarbe (Azpeitia) donde previamente la Guardia Civil había alejado a unas dos mil personas reunidas para asistir a su entierro, donde solo se autorizó a los familiares a entrar en el cementerio. Ángel Otaegi nació en Azpeitia el 13 de enero de 1942.  A los 17 años comenzó a trabajar en el ‘taller Irimo’ de Zumárraga y, posteriormente, en varias fábricas y talleres de Azpeitia. También trabajó como pescador en Orio y Guetaria, regresando después a Azpeitia e incorporándose a la plantilla de la empresa de máquinas hidráulicas ‘Glual’, la última en la que trabajó antes de su detención.  Fue recluido en la prisión de Martutene (San Sebastián), donde permaneció hasta que el 25 de abril de 1975, cuando fue trasladado a Burgos.  Un día más tarde se declaró el estado de excepción en las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa, y en la jornada del 27 el fiscal del caso contra Ángel Otaegi y el otro encausado en la muerte de Gregorio Posadas, José Antonio Garmendia, solicitó la pena de muerte para ambos. A  Garmendia se le conmutaría finalmente la última pena, además de a otros cinco encausados. Aquel mismo día fueron fusilados, además, Juan Paredes Manot en un monte de Sardañola del Vallés por un pelotón de la Guardia Civil mientras cantaba el ‘Eusko Gudariak’, y  los militantes del FRAP José Humberto Baena, Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, que morían acribillados en la base militar de El Goloso, en el término de Alcobendas. Años atrás,  Antonia Manot, madre de Txiki, había llegado a Zarauz desde Zalamea de la Serena (Badajoz) con  sus cinco hijos en busca de una vida mejor. Ironías del destino.

 

Ahogados en la melancolía


 

Las anguilas están desapareciendo porque la gente se come las angulas, que no tiene nada que ver con ese sucedáneo que salió al mercado en 1991 con el nombre comercial de “la gula del Norte”, de la empresa ‘Angulas Aguinaga’, un surimi (pescado picado)  a base de peces de muy baja calidad sometidos a   diferentes procesos en los que se le añade agua, fécula de patata, clara de huevo, proteínas vegetales, sal, saborizantes y sabe Dios qué más, todo ello convertido en unos fideos grises con el ojo pintado que dan el pego. Se sirve en una cazuela pequeña de barro con aceite,  ajo y guindillas. La palabra “gula” es el término comercial de ese producto inicuo. Se diferencia de los alevines de las anguilas en dos cosas importantes: en su precio y en su sabor. La gente las come y hasta le saben tan ricas. Hoy, como digo, ya hasta llevan ojos sombreados como la Lirio. Las probé en una ocasión y me parecieron lo más parecido al timo de la estampita. Es como pintar una ciruela de amarillo y pretender venderla como una duraznilla. Como suele decirse, “aunque la mona se vista de seda…”. Soy de ideas fijas: si no puedo comer langosta, como mejillones, y si no puedo beber champán francés me tomo un cava de San Sadurní de Noya, (que en castellano se diría San Saturnino de Noya).  Por cierto, “Noya” es una transliteración castellana de la palabra catalana "Anoia" (chica, muchacha) que nombra una comarca española en la provincia de Barcelona, cuya cabeza es Igualada. O sea, que nada es lo que parece. Estoy seguro de que el día que desaparezcan del todo las anguilas ya idearán algo parecido en su forma y sabor que al comensal le sepa a gloria bendita. Desde hace mucho tiempo ya las hay, pero de mazapán con relleno de yema confitada o cabello de ángel. Tienen también ojos, que son bolas de azúcar, y unas escamas de láminas de almendras recubiertas de azúcar glas. Son típicas de Toledo desde finales del siglo XV tras la expulsión de los judíos. Aquellos que quedaron, los conversos, tuvieron que adaptarse a las costumbres católicas, siempre vigilados por la Inquisición. Pero como la Torá les prohibía comer, entre otras cosas, pescado sin escamas y aletas (como la impura serpiente) idearon ese singular producto de confitería. Las escamas (láminas de almendras) las añadieron más tarde. Cuenta una leyenda que, en el siglo XIX, las anguilas eran un manjar muy apreciado en Toledo. Provenían del río Tajo y, además de consumirlas habitualmente como plato típico, también se utilizaban para depurar el agua de los aljibes de la zona. Hasta que un día desaparecieron del río la misma manera que yo me quedé sin abuela. Recuerdo cuando de niños jugábamos a saltar en la espalda de otros, hasta que los que nos soportaban subidos sobre ellos acertaban lo de “churro, media manga o mangotera” que decía uno de los niños extendiendo el brazo y marcando una de las tres posiciones. En Calatayud y su alfoz se decía “sardina, barbo o anguila”, que como se dice por estos pagos, “para el caso, de Tauste”. Ay, las anguilas se marcharon del tajo sin llevarse las llaves de su casa de Toledo, como hicieron los sefardíes como símbolo de esperanza para un eventual regreso. Pero nunca regresaron y se ahogaron en su melancolía. Aquí termino por no aburrir al lector a la manera en que concluye “El Quijote”, con un lacónico “Vale”, que funciona como una fórmula de despedida de frío andén de estación.