Según un estudio reciente de “Preply” (me suena que se trata de una plataforma de aprendizaje de inglés) los habitantes de ciertos lugares concretos de España son los más maleducados. Se lleva la palma Santa Cruz de Tenerife. Le siguen Granada, Alicante, San Sebastián, Madrid, Bilbao, Málaga, Valladolid y Barcelona. Vamos que no han dejado títere cabeza. Los parámetros tenidos en cuenta en ese discutible y somero sondeo de opinión hacen referencia al uso de los teléfonos móviles en espacios públicos, la falta de hospitalidad hacia los viajeros, el ruido excesivo y la poca voluntad de los clientes en dar propinas a los camareros. ¡Qué gracia! Se ve que algún ‘influencer’ de chicha y nabo ha tratado en vano de ir por el papo a todos los sitios, incluidos los restaurantes de postín, sin despeinarse porque ‘yo lo valgo’. Pues, mire usted, no. Pretender, pongamos por caso, ir a “Casa Nicolasa”, en San Sebastián, y no pagar la cuenta a cambio de colocar a ese restaurante en un lugar destacado de un diario de provincias dentro del panorama gastronómico español es, además de una grosería indecente, una osadía de padre y muy señor mío. “Casa Nicolasa”, con su ‘hojaldre con foie-gras’ y su ‘rape en salsa de chipirones’, no necesita utilizar ese torpe recurso de un imbécil con ínfulas. Eso, si acaso, podría colar en un restaurante con manteles de hule en la carretera de Mombeltrán (de Ávila a Talavera de la Reina pasado el puerto del Pico), que tampoco. Lo del uso de los teléfonos móviles en espacios públicos a grito pelado es una pandemia de muy difícil manejo, como la de los patinetes por las aceras. Casi imposible de erradicar, como el chanclo sifilítico por más que se trate de aliviar con untos de aceite inglés la corrosión de la minga. Lo de la hospitalidad también es discutible, salvo que alguien pretenda descansar en la alcoba de un guariche con puti-club, botellines de "benjamín" y paletos dispuestos a morir en la folla. De Madrid me consta que no puede decirse eso. Allí cabe todo el mundo. Y la poca voluntad de dar propinas a los camareros me incluye. Es semejante a la exigua voluntad de echar monedas en una sinfonola, o en ranura de la cabeza de un negrito colocada del mostrador de una farmacia, donde se indica con cinismo que es “para el Domund”, o como donación para "óbolo de san Pedro". Esos eufemismos que se los vayan a contar a la pobre gente de Sierra Leona o de Burundi. Es como decirles a los familiares de un difunto que el pariente que yace en un cama patitieso, con la boina puesta y rodeado de cirios, ‘ha pasado a mejor vida’. En fin, gente descortés hay en todos los sitios. Como decía en un artículo Javier Arias Artacho (diario Levante, 02/02/24), “vivimos navegando por nuestro ego, incapaces de decir algo más que un ‘feliz cumpleaños’ por WhatsApp o un patético ‘DEP’ cuando alguien muere”. En lo que a mí respecta, acostumbro a cambiar de acera cuando no deseo decir ‘adiós’ a un tipo antipático que no me cae bien. Así evito la posibilidad de que éste me pueda contestar con un ‘hasta luego’. ¡Hasta luego no, por Dios!