Se acaba la cera de la vela de agosto, como todo en este mundo. Pues nada, puente de plata. Hoy se cumple el cuadragésimo aniversario de la muerte de José Cubero, El Yiyo, en la plaza de Colmenar Viejo. En principio no estaba en el cartel pero un parte de baja de Curro Romero fue el motivo de que su apoderado, Tomás Redondo, tomase la sustitución. Formó terna junto a Antoñete y José Luis Palomar. Estoqueó al sexto toro que le había caído en suerte, Burlero, pero aquel morlaco antes de morir estiró el cuello y le tomó por la espalda produciéndole a El Yiyo una rotura cardíaca que le condujo a una muerte casi instantánea. Más tarde, en su domicilio de Canillas, su cadáver fue amortajado con traje burdeos y azabache y trasladado a la parroquia de Nuestra Señora del Camino, donde quedó instalada la capilla ardiente. Había tomado la alternativa en Burgos el 30 de junio de 1981 de manos de Ángel Teruel, siendo testigo José María Manzanares, que le cedió la muerte del toro Comadrejo, de la ganadería de Joaquín Buendía. Se acaba agosto, se sosiega el furor de los incendios y se abre la puerta grande al nuevo curso político, que barrunto tormentoso como barquilla en un proceloso mar que ruge como un león dentro de su jaula. Y en lo meteorológico volvemos a las dos Españas: un frente atlántico amenaza la parte norte con rayos y centellas mientras la otra mitad se seguirá achicharrando de calor. Muchos turistas veraniegos hacen las maletas, los chavales preparan la mochila del instituto y sus padres, tras las pequeñas vacaciones y con tantas idas y venidas a las librerías, se quedan secos como la mojama. Antes había que subir la empinada cuesta de enero; y ahora, también, la de septiembre, con repechos como los de Los Tornos subiendo desde Lanestosa, patria chica y tierra idolatrada de mi abuelo materno. Por cierto, a esa villa le quisieron cambiar el nombre en 1979, cuando la Real Academia de la Lengua Vasca propuso como topónimo en euskera el nombre de Isasti, que significa retamal. Pero aquella estrafalaria propuesta no tuvo éxito entre los nestosanos. Pues bien, los padres de familia son los nuevos ‘reyes de la cuesta’, como durante nuestra niñez lo fue Federico Martín Bahamontes, apodado “Águila de Toledo”, el primer español en ganar un Tour de Francia. Se cuenta de él que en 1954 se comió un helado de vainilla en una de las etapas del ‘Tour’, en la cima del Col de La Romayère, cuando llevaba catorce minutos de ventaja al pelotón. Las crónicas cuentan que “iba escapado con tres corredores más, Leguilly, Lazaride y un belga que tenía un ojo de cristal”. Todo muy surrealista. Mañana san Ramón Nonato, el Ramón de Ramones. Lo recuerdo por si alguien quiere felicitarme. Les deseo un feliz fin de semana.
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