Leo con atención el artículo de Ramón Pérez-Maura (y García por parte de madre) de hoy en El Debate: ”Las bermudas, la falta de respeto y la pésima educación”. Estoy de
acuerdo con él en algunas cosa que afirma. Pero también debería saber el señor
Pérez- Maura García que se puede pecar por defecto o por exceso. Al señor Pérez-Maura
García, por lo que se desprende, le molestan los tatuajes que enseñan los
veraneantes ligeros de ropa en los chiringuitos o restaurantes, pero nunca he
leído salido de su pluma que le molestasen los tatuajes que llevaba en el
antebrazo Juan de Borbón y que
enseñaba en las fotos de “Hola” cada
vez que salía a navegar en el “Giralda” donde
se lo permitía Franco, o sea, fuera de nuestras costas. Tampoco
he leído jamás una columna suya donde criticase la cursilada paleta de la guayabera
con gemelos que recientemente lucía el jefe
del Estado durante una recepción en Marivent.
Los gemelos en la guayabera del rey son, según la revista “Lecturas”, “algo que le otorga un
punto de personalidad al estilismo”. A mi entender, pese a lo que digan
las revistas de la bragueta, o Agamenón
o su porquero, entiendo que se trata de una cursilada del tamaño de King Kong. Algo que solo podría ser
comprensible, si acaso, en la vestimenta de un gañán podrido de dinero en la boda
de una hija pazguata en la madrileña iglesia de Santa Bárbara. Durante el
tiempo que permanecí en Sevilla, donde el uso de guayabera es muy común en
verano, jamás pude ver a nadie con gemelos en la bocamanga de su guayabera, ni
a los carcamales que acudían al “Círculo
de Labradores” ni a los relamidos niñatos más pijos y engominados de la
plaza de Cuba que salían de "Doña Pepa". En el artículo al que hago referencia, el señor Pérez-Maura García
dice sus lectores: “Cuenta mi mujer que su padre no se ponía pantalón corto ni
para ir a la playa”. Bueno, y qué. A Pérez-Maura García le molestó ver a unos comensales de
pantalón corto comiendo a su lado en el ‘Relais
de la Poste’, en Las Landas, un restaurante que cuenta con ‘dos estrellas Michelin ‘ desde 1971 y que,
según él, “ofendía al numeroso servicio
impecable, vestido con esmoquin perfecto y a un sommelier con el atalaje
más clásico incluyendo un mandilón de cuero con el peto bordado”. Pero, a mi
entender, a los dueños de aquel restaurante lo único que les interesaba era si
los comensales en bermudas iban a pagar la abultada cuenta. Lo cierto, lo
que me molesta, es que con el importe abonado en la factura de Pérez-Maura
García y del grupito de bermudas en el restaurante francés una familia corriente
podría comer todo el mes. Por lo demás, como si esos clientes con posibles quieren lamer el cuchillo, limpiarse con el mantel la grasa de los labios, tomar la cerveza a
morro o llevarse las sobras del salmón del Adur en un tupper.
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