Todavía existen en España pueblos a los que no se les ha
cambiado el nombre por la exigencia de la Ley
de Memoria Democrática, entre ellos la pedanía de Villafranco del Guadiana
(Badajoz),San Leonardo de Yagüe (Soria), Llanos del Caudillo (Ciudad Real),
Alberche del Caudillo (Toledo), Alcocero de Mola (Burgos), Quintanilla de
Onésimo (Valladolid), etcétera. Villafranco de Guadiana es imposible encontrarlo
en el “Madoz” por tratarse de un
pueblo de colonización, construido con el “Plan
Nacional de Colonización” y que en la actualidad cuenta con 1.500
habitantes. Fue creado dentro del “Plan
Badajoz”, proyectado y edificado en 1955 con viviendas para colonos,
iglesia y escuela. Con aquel “Plan”
franquista se hicieron embalses y canales para regular el Guadiana e incluso se
“obligó” a construir la ‘Azucarera del
Guadiana’, en La Garrovilla (entre Mérida y Montijo) a un consorcio formado
por las tres compañías azucareras existentes entonces (General, Ebro, e Industrias Agrícolas) aún a sabiendas de
que el cultivo de remolacha en esa zona, por las características del suelo, no
era atractivo ni rentable para los agricultores. De hecho, apenas se
consiguieron sembrar 3.500 hectáreas en su mejor momento. Por decirlo alto y
claro, resultaba más productivo un terreno de secano en Zamora que de regadío
en Badajoz. La ‘Azucarera del Guadiana’ comenzó su actividad en la campaña
69-70. La escasez de remolacha fue la
causa de que no se estableciese ninguna otra factoría para la elaboración de
alcohol de melaza. El “Plan Badajoz”,
como digo, nunca cumplió sus expectativas en su vertiente industrial. En el
excelente trabajo “Autarquía e intervención:
el fracaso de la vertiente industrial del Plan Badajoz” (Carlos Barciela,
Inmaculada López y Joaquín Melgarejo. ‘Revista
de Historia Industrial’, núm. 14, año1998, Univ. de Alicante) se señala: “El
Plan Badajoz estuvo motivado por la
necesidad de paliar las deficiencias estructurales propias de una zona
atrasada, cuyos índices más característicos
eran excesivo porcentaje de mano de obra en la agricultura, población con altos
niveles de desocupación, renta per cápita
inferior a la media nacional, problemas de desigualdad en la distribución de la
riqueza, falta de capitalización y de ahorro, economía de subsistencia, bajo
nivel de vida de la población y deficiente dotación de infraestructuras”. También
se hace constar en ese mismo trabajo que “hubo un alto grado de intervención
estatal”. De tal manera que “los directores del Plan tenían ‘mentalidad del
ingeniero’, buscando la producción por sí misma sin conciencia de los costes
comparativos, con un rígido afán ordenancista de carácter militar, que les
llevaba a ignorar los más elementales principios de la economía, y a sustituir
criterios económicos de asignación por otros de carácter político o, en ocasiones,
de influencia personal. No en vano, la Secretaría
Gestora del Plan, dependiente del INI [creado en 1941] fue desempeñada por
un militar, ingeniero y estrecho colaborador de Suanzes”. Se refiere el texto (aunque no lo cita) a
Enrique Martín. Por si alguien no lo
sabe, Juan Antonio
Suanzes Fernández (Ferrol, 1891 – Madrid, 1977) fue el fundador y primer presidente del INI, además
de ministro de Industria y Comercio. Ya perdonará el lector que haya
comenzado haciendo referencia a los pueblos que todavía llevan añadidos nombres
de golpistas para continuar, a renglón
seguido, por otras trochas. Es lo que tiene el verano. Lo normal sería que hoy, día
de la Virgen de las Nieves,
estuviese con el ‘meyba’, la visera y
las gafas manoletinas en una tranquila playa catalana. Pero he preferido seguir
en casa, tecleando en el ordenador, escuchando sandeces a tertulianos
televisivos y leyendo cuarto y mitad de las esquelas necrológicas en la prensa
de papel. Con las calores y sin abanico pai-pai es fácil cambiar de vía
sin mover el herraje de cambio neuronal. Sí, ya sé que calor y temperatura son
conceptos diferentes, como demostró Joseph
Black en 1760. Pero eso a mí no me sosiega.
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