Cuando alguien que vive en la gran urbe visita a un amigo que habita en una aldea perdida puede más tarde en un escrito describir cómo es la casa, si tiene puerta de entrada de dos hojas, si en la cocina se conservan las vigas de madera, si hay cadiera y bancadas, o pértigas para colocar la comida, si hay sartenes con trébedes sobre las brasas, etcétera. Es decir, todo aquello que choca de alguna manera con las cocinas actuales, donde no queda sitio ni para colgar una ristra de ajos. Pero es todavía más difícil, si cabe, describir una casa imaginaria en Argamasilla de Alba, como hizo Azorín en un artículo publicado en el diario España en 1903, en la que supuestamente habitó un hidalgo llamado don Alonso Quijano durante el siglo XVI y parte del XVII. Argamasilla de Alba a comienzos del siglo XX tenía una población de 3.400 habitantes (hoy ese municipio del partido judicial de Tomelloso se acerca a los 7.000). Lo que sí es cierto es que en el siglo XIX, el infante carioca Sebastián de Borbón y Braganza, prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, compró la casa de Medrano, el caserón en cuya cueva estuvo preso Cervantes por un tiempo y donde pudo haber escrito algunas páginas del “Quijote”. Se pagó por ella 38.798 reales. El infante portugués fue hijo de Pedro Carlos de Borbón y María Teresa de Braganza, princesa de Beira. Era infante de España y gran prior de la Orden de San Juan de Jerusalén en los reinos de Castilla y León, bisnieto de Carlos III, sobrino nieto de Carlos IV, sobrino de Fernando VII y primo de Isabel II. Aunque juró fidelidad a la reina se declaró partidario de Carlos María Isidro. Llegó a ser capitán general de los carlistas y planificó la victoriosa batalla de Oriamendi (1837). Más tarde pasó veinte años en Italia hasta ser perdonado por Isabel II en 1859 y serle devueltos todos los honores. Al ser destronada la reina en 1868 Sebastián de Borbón se marchó a vivir a Pau, donde falleció en 1875. Está enterrado en el Panteón de Infantes de El Escorial. Como decía al principio, Azorín describe la casa de Argamasilla de esta manera: “La casa tiene una puerta con sus jambas y un dintel de piedra, una reja salediza, recia, y rematada por una cruz, dos ventanas diminutas bajo el alero”. (…) “Su dueño, D. Alonso es, ante todo, un hombre sentimental, efusivo, imaginativo, de un gran corazón. Pasa sus días modestamente; con él viven una criada vieja, que lleva en la casa muchos años, y una linda muchacha, una gentil mancheguita -Constancia, Aurelia o Leonor- es hija de la hermana del caballero…”. (…) “Don Alonso madruga mucho; va a dar algunos ratos un paseo por unos bancales que tiene en las cercanías; a veces, en unión de otros buenos vecinos, sale a correr las liebres con sus galgos y su caballejo trotón”. También Azorín aprovecha para hacer un recorrido por su indumentaria: “D. Alonso viste con esa elegancia sencilla, sólida, de los señores de pueblo; su sayo es de velarte –paño suave-; el vellorí que gasta para sus gregüescos es ‘de lo más fino’, y sus calzas y sus pantuflas son de velludo”. Y aclara que come poco: “A mediodía, se come uno olla con más de berza que carnero; por las noches se sirve un salpicón; si es viernes se confecciona un potaje de lentejas, y los sábados, indefectiblemente, no faltan en la mesa los duelos y quebrantos”. (…) “Cuando llega el crepúsculo vespertino, el caballero coge el enorme volumen con las dos manos y se pone junto a la ventana, de pie, inmóvil, absorto; y así que la claror va siendo opaca, débil, y las sombras no permiten distinguir los caracteres impresos, don Alonso da una gran voz para que vengan a encender el velón; y luego, puestos los dos codos sobre la dura tabla, prosigue ensimismado en su lectura”. El artículo de Azorín, para mí al menos, no tiene desperdicio. Invito a su lectura. Ricardo Royo Villanova, ilustre médico y terciario franciscano, publicó un trabajo “La locura de don Quijote” (Zaragoza, Imp. E. Casañal, 1905) donde mantuvo que ese magro personaje de novela de caballerías estaba barrenado como una vicuña del Paraguay. Yo creo que no. Para mí fue crítico de la época aunque con una percepción distorsionada en un mundo idealizado por él y alejado de una cruda realidad decepcionante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario