sábado, 16 de agosto de 2025

Lo ibérico


Todavía recuerdo cuando en la escuela, el maestro, don José, entrañable profesor al que recuerdo leyendo el ABC, fumando 'ideales' y mojando en un tintero una excelente pluma estilográfica "Montblanc", hacía hincapié a los educandos sobre el nombre de los primeros prerromanos que habitaron la Península Ibérica entre los siglos VI y II a.C. Decía aquel ilustre maestro que se llamaban iberos y le molestaba que algunos niños dijeran íberos. Para los griegos, los iberos era un gentilicio que denominaba a aquellos habitantes que vivían en la cuenca el río Íber, más tarde conocido como río Ebro. Por suerte para nosotros, en 1897 un bracero de La Alcudia de Elche, Antonio Maciá, descubrió por casualidad cavando el terruño de una finca del doctor Campello una escultura de piedra caliza en su forma de busto policromado de dama que algunos expertos mantuvieron que se trataba de una urna funeraria. Fue vendida al Museo del Louvre y regresó a España en 1941, como fruto de un intercambio de obras de arte con Francia, y depositada en el Museo del Prado, hasta que en 1971 se trasladó al Museo Arqueológico Nacional. Aquel médico, hasta entonces propietario del busto, lo vendió en 4.000 francos franceses mediante contrato firmado el 18 de agosto de aquel año, dado que no había ofertas de adquisición por parte de museos españoles. Solo unos días antes, el 7 de agosto de 1897 se había producido el asesinato de Cánovas. La escultura salió finalmente hacia Alicante, donde se embarcó con destino a Marsella. Pues bien, como decía al principio, a aquel  maestro no le gustaba que los alumnos dijeran ‘íbero’ en su forma esdrújula. Había que decir, según él, ‘ibero’ (de Iberia) con acentuación llana. Hechas las consultas oportunas descubrí que se podía decir de ambas maneras, aunque su acentuación grave es la preferida por el “Diccionario panhispánico de dudas” de la RAE. Pero matizando más aún, la palabra “ibero” procede, como decía, de ‘Íber’, un hidrónimo que al principio designó el río Tinto (de la región minera de Huelva) y más tarde al Ebro. Hoy es san Roque y Calatayud, en honor del santo, está de jolgorio cuatro días. Hay vocinglerío, se baila, se bebe, se esquivan vaquillas en la Plaza de Margarita, se sube a la ermita del santo en la Sierra de Armantes por dificultosos vericuetos, y por las calurosas callejuelas de 'las trancas' se escucha la canción del verano, al menos del verano bilbilitano: “Qué mierda llevas, Calatayud. ¡Si l’has  cogido, pa’tú, pa’tú! ". El alcalde Aranda (que también es senador del PP y sanador en la especialidad de Urología), e Interpeñas luchan al alimón para que esas fiestas sean consideradas de “Interés Turístico Nacional”. Pues nada, ¡adelante con los faroles por esas trochas del diablo! A san Íñigo de Oña, el verdadero patrón de Calatayud, no le hacen tantos parabienes. Ellos sabrán.

 

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