Leo en la prensa que
Correos desalojará en noviembre el
edificio brutalista de El Portillo, en Zaragoza, para la construcción de un
gran parque. Y como yo soy un zoquete, he tenido que enterarme qué es un edificio
brutalista. Ignoraba que su nombre nace de un juego
de palabras con el término francés "brut".
Para unos, proviene de la expresión
francesa "béton brut", que
significa "hormigón crudo o en
bruto". Tuvo su auge entre las décadas 1950-70 del pasado siglo en
Reino Unido. Para otros, el término viene derivado del sueco “nybrutalism” (Nuevo
Brutalismo). Pero no pasa nada. De hecho, ya solo se reciben los buzones de
particulares cartas de bancos sin franquear
y buzoneadas por empresas privadas. Por mí pueden derribar el edificio
de Correos en cuestión sin que se note su ausencia. Pero los edificios
brutalistas, a eso iba, no se deben confundir con los adefesios urbanísticos,
tan abundantes en Zaragoza desde que fuese alcalde González Triviño y dejase, por ejemplo, una plaza del Pilar vaciada
de arbolado a comienzos de los años 90 por colocar en el subsuelo un
aparcamiento de coches, y donde en agosto se puede freír un huevo con solo
poner la sartén en el suelo. Personalmente toco madera con los delirios
místicos y los ilapsos teresianos de la alcaldesa Chueca, que
ahora pretende por aquello de "vivo sin vivir en mí" conceder la Medalla de Oro
de Zaragoza a la consejera del Grupo Henneo y presidenta de Heraldo de Aragón desde 2021 Paloma de
Yarza, “como reconocimiento a 130
años de trabajo, esfuerzo y entrega de un equipo (detrás de otro) que son y han sido el alma y
corazón de ese diario conservador. Es una forma de asegurarse la alcaldesa no ser criticada en ese medio informativo por sus despilfarros con el dinero público.
La medalla, en cualquier caso, deberían concedérsela al periódico regional fundado en 1895 por Luis Montestruc y no a su advenediza
presidenta. Es, por poner un ejemplo, como si por la conmemoración del
octogésimo cuarto aniversario de la creación de RENFE le concediesen la Medalla de Oro de Madrid al ministro pucelano Óscar Puente, que presume de que sólo
se retrasan el 30% de los trenes; y cuyo mayor éxito ha consistido en gastar casi 100.000
euros en un gimnasio para que sus funcionarios hagan yoga y pilates con miras a
poder conseguir mejorar un rendimiento laboral. Pues eso. Todo en su justa medida. Aquí sobran cacicadas y falta eficacia.
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