Desde hace mucho tiempo no piso un templo católico, salvo cuando no cobran la entrada y ardo en deseos de poder contemplar de cerca el arte que contiene sus paredes y espacios, o cuando me siento obligado a estar presente con motivo de un funeral o una boda. En consecuencia, tampoco escucho las homilías en el sacrificio incruento de las misas que se celebran. Pero respeto a todo aquel que es creyente fervoroso y cumple en la medida de sus fuerzas con los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia “de obligado cumplimiento” para los fieles. Hoy veo en el taco del calendario de los jesuitas de Bilbao que la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, donde se honran supuestos fragmentos de la cruz donde murió Jesucristo. En este sentido, por ser más concreto, hoy se celebra la veneración, como digo, de unas reliquias, de unos trozos de madera rescatados del monte Calvario (Vera Cruz) y que supuestamente fueron recuperados, estando en poder de los celtas que los custodiaban dentro de un cofre de plata, por el emperador bizantino Flavio Heraclio entre los años 610 y 641. Se cuenta que al abrirse aquel baúl de los recuerdos se produjeron algunos milagros. Otro atribuyen el descubrimiento de la reliquia a la madre de Constantino I, santa Helena, como aparece reflejado en unos frescos pintados por Piero della Francesca en Arezzo (Italia) y en un altar decorado por Adam Elsheimer en Alemania. Heraclio (no confundirlo con el fabricante de naipes de Vitoria) devolvió la reliquia a su lugar de origen (Jerusalén) el año 630. Como decía al principio, no escucho homilías por el hecho de no oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar, como indica el "Astete". Pero algo parecido a lo que para mí son peroratas infumables de cura revestido lo sufro con paciencia cada vez que leo al exministro Jorge Fernández Díaz en sus artículos soporíferos en el diario La Razón. Hoy, por no variar, en su artículo “La Cruz de cada día”, presenta al sufrido lector su última perla cultivada. Cuenta: “Cristo murió voluntariamente en la Cruz para ‘redimir’ a los hombres, es decir, para abrirles las puertas del Cielo que el pecado original de nuestros primeros padres les había cerrado”. No cabe duda de que el ‘pecado original’ (‘contraído’ pero no ‘cometido’) es la única herencia por la que (al menos de momento) no se paga el impuesto indirecto de Transmisiones Patrimoniales (que en Aragón devoran cualquier herencia) por el bien fungible adquirido, en este caso por el mal heredado de un hombre sin ombligo el día que se comió una manzana a instancias de su perversa pareja, encandilada por una culebra lista y perversa. Y nosotros, herederos directos del pecado de iniquidad de Adán, hemos quedado redimidos de un procedimiento sancionador y de un expediente inspector por aquella muerte en la cruz hace más de 2.000 años. Me asombra, por otro lado, conocer que el pecado original sea hereditario, como la hemofilia en los Borbones. Ahora entiendo por qué los creyentes (donde incluyo a ese vallisoletano meapilas y exministro del Interior creador de la ‘policía política’) están tan férvidos y exaltados. Curiosamente, Fernández Díaz, en un viaje a Nevada (Estados Unidos) en 1991 inició un camino de reconversión, no sé si al estilo de Saulo, y desde entonces entendió la política como una forma de hacer apostolado seglar y a condecorar imágenes marianas. Tal fue el caso de María Santísima del Amor (Málaga), a la que le concedió la Medalla al Mérito Policial, o a la Virgen de los Dolores (Archidona) a la que le otorgó la Cruz de Plata de la Guardia Civil; eso sí, siempre aconsejado por su ángel de la guarda, de nombre Marcelo, según señaló sin despeinarse detrás de las orejas en una entrevista (La Vanguardia) el 10 de diciembre de 2015. A mí me habían contado de niño que con el pecado original se hacía borrón y cuenta nueva mediante el sacramento del bautismo. Y con esa idea me bautizaron a los cuatro o cinco días de nacer. Uno ya no sabe a qué carta quedarse. Pues nada, ¡arsa, pilili!..., como le cantaban con mofa en Cádiz al conde de La Bisbal cuando paseaba solemne y con cara de pocos amigos por la ciudad con más salero, siendo gobernador civil además de cojo.
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