jueves, 11 de septiembre de 2025

Una virgen singular

 

 

 Este mes de septiembre están plagados muchos pueblos de España de fiestas marianas por su natividad, aunque en cada lugar se la llame con un nombre diferente. La Iglesia de Jerusalén fue la primera en honrar la memoria de la Natividad de la Madre de Dios con una fiesta que Roma hacia finales del siglo VII.  Pronto se extendió ese gesto por el resto de Europa. Una vieja tradición (evangelio apócrifo de Santiago) señala a sus padres, Joaquín y Ana, y el parto en Jerusalén, cerca de la piscina de Bezatha. Una narración apócrifa, titulada “De ortu Virginis”, situaba su supuesto nacimiento el 1 de mayo, a los cuatro meses de su gestación, algo que desde el punto de vista clínico es a todas luces inviable para que el feto pueda salir adelante. A todo ello hay que añadir las advocaciones a las diversas imágenes encontradas por casualidad en páramos y descampados en otras épocas, por un perro o por un pastor, entre ellas la de Covadonga, de la Peña de Francia, de Guadalupe, de la Encina, de la Victoria, de la Regla, de Nuria, de la Peana, la Bien Aparecida… También hay que señalar la existencia de innumerables vírgenes negras; unas fabricadas en marfil y que al oxidarse tomaban ese color oscuro, y otras, talladas en madera que se ennegrecían por el humo de las velas de los cultos. La veneración a las vírgenes negras tiene también numerosos ejemplos en América impulsada por la conquista española. Allí las vírgenes negras surgidas del sincretismo religioso cristiano-pagano atravesaron en algunos casos una identificación con deidades femeninas amerindias o africanas como Pachamama o Yemayá.  Casi todas las tallas de vírgenes suelen llevar algo en la mano, además del Niño en su regazo: rosarios, pañuelos, flores, escapularios… Pero existe una talla pequeña y muy singular de la Virgen de Begoña, donde en vez de la manzana porta una vaso de chiquiteo de taberna. No cabe duda de que se trata de una bilbainada estupenda. Para el que lo desconozca, los chiquiteros del Bocho tienen su propia onomástica el 11 de octubre, día en el que se conmemora la Amatxu, que es como en Vizcaya conocen a la Virgen de Begoña. De hecho, en la confluencia de las calles Santa María y Pelota, en el corazón de las Siete Calles, hay una baldosa con una estrella que indica el punto desde el que se ve la torre de la basílica en la que, dicho sea de paso, se casaron mis abuelos y bautizaron a mi madre. Y en la confluencia citada existe, además, una pequeña imagen de la Amatxu con un chiquito de vino y, debajo, una hucha caritativa para depositar la voluntad. Si les digo la verdad, no tengo referencia de que virgen alguna se vaya de “poteo”  por las Siete Calles o por Licenciado Poza y adyacentes. Esa escultura fue creada en 2008 por Josu Meabe. La ranura existente a la que antes aludía forma parte de la llamada “Hucha Chiquitera donde se recauda por costumbre la calderilla sobrante en las rondas de las barras con fines solidarios. Bilbao era y sigue siendo por suerte mucho Bilbao. A ver si aprenden de una coño vez los que lo gastan todo en teatreras ofrendas de flores y en trajes regionales de opereta con olor a caries y alcanfor.

 

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