La firma Bodegas Aragonesas ya ha
sacado al mercado unos vinos (los cursis dicen caldos) “Ecce Homo” amparados en
la denominación de origen “Campo de Borja” partiendo de uva garnacha. Los hay
de dos añadas distintas: 2009 y 2011. Algo semejante ha logrado Bodegas Ruberte
con su “El Ecce Homo”, con idéntica clase de uva y dentro de la misma D.O.
Cecilia Giménez, la anciana que “restauró “el diminuto fresco del Santuario
de la Misericordia,
lleva camino de ser más conocida internacionalmente que Rafael Zabaleta o
Nicanor Piñole. Ahora que se aproximan las fiestas navideñas es buen momento
para que los bodegueros españoles modifiquen viejas etiquetas de sus botellas y
se pongan a la altura de los tiempos. Verbigracia, un vino de Jumilla podría
denominarse “El terror de Perejil”, a partir de uva monastrell y en referencia
al paisano Federico Trillo, que es cartagenero de nación; y así. Los españoles
presumimos de entender en vinos y lo cierto es que no tenemos ni puñetera idea.
Confundimos la calidad con el precio, y lo consideramos bueno o malo en función
de las tarifas que marcan los expositores en las grandes superficies
comerciales, o de las bobadas que leemos en las etiquetas de las botellas. Por
ejemplo: “Color rojo picota. Intensidad aromática alta en la que aparecen notas
de fruta madura bien ensambladas con las notas tostadas, vainillas y especiadas
del roble. Boca amplia estructurada y taninos dulces. Complejo y persistente”. Claro,
leyendo tales claridades organolépticas en los papeles adheridos en la botella,
uno supone que va a saborear el vino sobrante de la boda de Caná. Más tarde, al
descorcharlo y probarlo, descubres que es un vino de pasto infame que no se
digiere ni añadiéndole gaseosa. Algo parecido acontece con ciertas botellas de
licor. Hubo una excepción, el “Licor cualquier cosa”, fabricado en Badalona por
Bodegas y destilerías Agustín Bofill, en cuya etiqueta rezaba “licor español de
línea europea”. Por cierto, la fórmula “secreta” de aquel licor fue vendida a
Agustín Bofill por Destilerías Pros, de Zaragoza, en una época bruna, cuando el
ministro Ullastres llamaba a las puertas de lo que hoy son países de nuestro
entorno y nunca se abrían para
recibirle.
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