viernes, 16 de noviembre de 2012

El comercio y el bebercio




La firma Bodegas Aragonesas ya ha sacado al mercado unos vinos (los cursis dicen caldos) “Ecce Homo” amparados en la denominación de origen “Campo de Borja” partiendo de uva garnacha. Los hay de dos añadas distintas: 2009 y 2011. Algo semejante ha logrado Bodegas Ruberte con su “El Ecce Homo”, con idéntica clase de uva y dentro de la misma D.O. Cecilia Giménez, la anciana que “restauró “el diminuto fresco del Santuario de la Misericordia, lleva camino de ser más conocida internacionalmente que Rafael Zabaleta o Nicanor Piñole. Ahora que se aproximan las fiestas navideñas es buen momento para que los bodegueros españoles modifiquen viejas etiquetas de sus botellas y se pongan a la altura de los tiempos. Verbigracia, un vino de Jumilla podría denominarse “El terror de Perejil”, a partir de uva monastrell y en referencia al paisano Federico Trillo, que es cartagenero de nación; y así. Los españoles presumimos de entender en vinos y lo cierto es que no tenemos ni puñetera idea. Confundimos la calidad con el precio, y lo consideramos bueno o malo en función de las tarifas que marcan los expositores en las grandes superficies comerciales, o de las bobadas que leemos en las etiquetas de las botellas. Por ejemplo: “Color rojo picota. Intensidad aromática alta en la que aparecen notas de fruta madura bien ensambladas con las notas tostadas, vainillas y especiadas del roble. Boca amplia estructurada y taninos dulces. Complejo y persistente”. Claro, leyendo tales claridades organolépticas en los papeles adheridos en la botella, uno supone que va a saborear el vino sobrante de la boda de Caná. Más tarde, al descorcharlo y probarlo, descubres que es un vino de pasto infame que no se digiere ni añadiéndole gaseosa. Algo parecido acontece con ciertas botellas de licor. Hubo una excepción, el “Licor cualquier cosa”, fabricado en Badalona por Bodegas y destilerías Agustín Bofill, en cuya etiqueta rezaba “licor español de línea europea”. Por cierto, la fórmula “secreta” de aquel licor fue vendida a Agustín Bofill por Destilerías Pros, de Zaragoza, en una época bruna, cuando el ministro Ullastres llamaba a las puertas de lo que hoy son países de nuestro entorno y  nunca se abrían para recibirle.

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