La crisis aumenta la talla de las
mujeres españolas. Sí, también la de los hombres. No hay nada raro en ello. No
se puede estar un día sí y otro también comiendo espaguetis, macarrones y bocadillos
con una mortadela infame que en un país serio no la probarían ni los perros. La carencia de dinero, el estrés acumulado y
la falta de trabajo producen ansiedad, y la ansiedad se traduce, en más de las
veces, en comer compulsivamente. La dieta mediterránea y la comida de autor
pertenecen en España a un grupo de ciudadanos que no saben lo que cuesta ganar
el pan con el sudor de la frente. Hay demasiados políticos encanallados y una
legión de asesores de no sabemos qué especialidad viviendo del cuento, tirando
de coche oficial, dietas abultadas y “Visa oro”, todo ello con cargo al
contribuyente. ¿Puede una familia de casi nulos ingresos, o que malvive con la
triste pensión de sus ascendientes jubilados, guisar con aceite de oliva, comer un filete de ternera aunque sólo sea
una vez por semana, o hacer todos los días al menos una comida de fuste? Sinceramente,
no. Y esas carencias nutricionales, el estrés acumulado en el interior de un túnel
en el que nunca se atisba la luz y los bombardeos continuos de publicidad en
televisión (lo único que tiene derecho a ver mucha gente sin pasar por
taquilla), se traducen en depresión,
angustia y desajustes endocrinales. Según la experta en nutrición del IMEO,
Elisabeth Gónzalez, y así lo leo hoy en República.com, “no es casualidad que
cuando estamos tristes o desanimadas, nos apetece un helado de chocolate, ya
que los alimentos dulces y con altas concentraciones de azúcares aumentan las
concentraciones de serotonina, produciendo un efecto antidepresivo y
ansiolítico momentáneo”. España necesita con urgencia un cambio de política
económica. En Astorga una discapacitada ha muerto por falta de cuidados tras
fallecer su madre. ¿Dónde está esa ayuda a la dependencia? Nadie se explica
cómo la codicia de bancos y cajas fueran causa de la “burbuja inmobiliaria” y
de que se concedieran hipotecas a insolventes mientras el Banco de España se
ponía de perfil. ¿Que hacían en su despacho, primero Caruana y más tarde
Fernández Ordóñez? Nadie nos lo ha explicado. Aquí nadie explica nada de nada.
Nadie dimite. A los ciudadanos se les utiliza una vez cada cuatro años, cuando
les invitan unos cantos de sirena a acudir a las urnas. A partir de ahí, el
ciudadano deja de existir. ¿Dónde habita la democracia? ¿Qué papel moderador
juega el jefe del Estado? Produce consternación saber que ya existe en España
toda una generación perdida. La huelga del próximo miércoles (pasado mañana) es
la segunda que se hace al Gobierno en menos de un año. Rajoy ha fracasado
aplicando una política neoliberal de favorecer al poderoso y arrodillarse de forma
vergonzosa y plebeya ante Merkel sólo empeorará las cosas de aquí. Rajoy, como
jefe de Gobierno, ha alcanzado su nivel de incompetencia. ¿Por qué no tiene el
coraje de dimitir de una puñetera vez? Nadie lo entiende. La huelga general del
próximo día 14 de noviembre está plenamente justificada. No se puede seguir
arruinando al pueblo soberano a costa de un Gobierno cuyo jefe ha perdido el
rumbo, y a costa de un Estado en el que su jefe se dedica a cazar elefantes y
más tarde a pedir perdón.
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