Ya sé que en los meses de verano
suelen escasear las noticias, pero es curioso que “ABC” nos trae hoy entre sus
páginas el ya tan manido asunto de Paracuellos de Jarama, en este caso desde la perspectiva de alguien
que no hizo la guerra, o sea, de César Vidal, nacido en Madrid en 1958; donde
se apoya en referencias de Ricardo de la Cierva, otro que tal baila, y su subjetivo libro
“Carrillo miente”, que leí hace unos años y me pareció un tostón de tomo y
lomo. Pues bien, “La Gaceta”,
en la pluma de Fernando Paz, vuelve a la palestra con lo que entiende como el
segundo “mito consolidado” al hacer referencia a los crímenes de Badajoz
durante los inicios de la
Guerra Civil. El primero de esos “mitos”, según él, es el
bombardeo de Guernica. En los primeros días de la guerra a los prisioneros no
se les encerraba en campos de concentración sino que se les fusilaba. Juan
Yagüe, que tenía en Badajoz alrededor de 4.000 prisioneros que habían
participado en la defensa de esa ciudad, se percató de que éstos constituían un
freno en su avance hacia Talavera de la Reina.
Y así se lo reconoció al periodista norteamericano Whitakker,
del “New York Herald
Tribune”. Whitakker
no se pronunció sobre tal entrevista hasta 1942 aunque se sabe que fue publicada
en “The Pittsburg Press” el 18 de
agosto de 1936. Sobre la Guerra Civil
ya está prácticamente todo documentado. Yo tengo mi particular libro de
cabecera: “El arte de matar” (Jorge M. Reverte, RBA libros, 2009). Es, a mi
entender, la forma más sencilla de contar a grandes trazos y de un modo fiel
con la historia lo que representó aquella tragedia española. Voy a la página
54: “Para conquistar Badajoz, a las dos primeras columnas rebeldes se une la
que manda el teniente coronel Heliodoro Rolando de Tella, también
compuesta por tropas de África. La suma
de las fuerzas, que alcanza un número similar a la de los defensores, toma el
nombre de “Columna Madrid” y pasa a depender del mando del teniente coronel
Juan Yagüe. La noche del 13 de agosto, acampan frente a las murallas. Al día
siguiente, con el apoyo de una exigua aviación a la que no se opone nadie,
Yagüe ordena el asalto frontal, que le cuesta un número desacostumbrado de
muertos en el primer envite, pero toma la ciudad en pocas horas. Sus legionarios
y moros hacen correr la sangre de los que la han defendido con una generosidad
redoblada. Y de los que ha quedado vivos se encargará la guardia civil, que los
ametralla en número superior a dos mil en poco más de veinticuatro horas por
orden del jefe de la fuerza, el teniente coronel Juan Yagüe (…) y le explica a
un periodista extranjero [Whitakker] que no podía seguir la marcha hacia Madrid
dejando tras de sí a miles de hombres que podían amenazarle por la
retaguardia”. Claro, luego Fernando Paz cuenta la historia a su manera, sin
rigor, en “El gato al agua”, con la persuasión de un vendedor de crecepelos, y
algunos telespectadores hasta creen a pies juntillas en sus desvaríos.
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