Esta mañana he visitado dos
exposiciones: una en la Lonja,
sobre fotografías de Rafael Sanz Lobato; otra en el Palacio de Sástago, con
pintura española de los siglos XIX y XX correspondientes a la Colección Hans Rudolf Gerstenmaier, que conserva trabajos de Regoyos, Garnelo,
Sorolla, Rico, Padilla, Zuloaga, Álvarez de Sotomayor y de Eliseo Meifrén,
componente del barcelonés grupo Els Quatre Gats. Me dejo algún autor que ahora
no recuerdo. En total, sesenta y una obras muy interesantes. La otra
exposición, la de Rafael Sanz Lobato, aporta al visitante un documento
fotográfico de gran valor que se reparte en varias series: “Bercianos de
Aliste”, “La caballada de Atienza”, “La
Rapa das bestas” y “Auto sacramental de Camuñas”. Todas las
fotos expuestas son de gran realismo y a mi entender sólo comparables a las del
genio José Verón Gormaz. Ambos fotógrafos, por algo será, recibieron en su
día el correspondiente Premio Nacional de Fotografía. Del conjunto de obras
expuestas en la Lonja
me quedo con “Bercianos de Aliste”, por haber sabido captar el autor de los
retratos un tiempo no muy lejano (años 70) en una España árida y profundamente
religiosa en la que parece que no transcurre el tiempo, marcada siempre por la
idea religiosa y la trascendencia de lo intemporal en las procesiones de Jueves
Santo, con las capas pardas de los cofrades asistentes, el olor que se intuye a
cera derretida, la cruz procesional como eje central de un episodio dramático
acontecido dos mil años antes y el luto completo cubriendo a unas mujeres
sometidas, disciplinadas y con cara de suela de zapato ante un crucificado
articulado de madera. Así se comprende,
supongo yo, que sea costumbre en Bercianos de Aliste que las mujeres, antes de
contraer matrimonio, confeccionen la blanca mortaja a sus futuros maridos y que
dicha mortaja de capuz romo forme parte del ajuar el día de su casamiento.
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