Mientras Pedro Sánchez pide que
sea devaluado el euro para los países con más del 15% de paro, como es el caso
de España, Rajoy hace seis kilómetros del camino de Santiago con Merkel para
pedirle a ésta, que no al apóstol, colocar en la presidencia del Eurogrupo a De
Guindos y conseguirle a Arias Cañete “una comisaría económica a poder ser
potente”. Merkel, que a mi juicio es la verdadera presidenta del Gobierno de
España, ni porta concha ni bastón al uso. La modificación del párrafo tercero
del artículo 135.3 de la
Constitución, sin contar con los españoles que andaban en
chancletas por las playas y firmada por Rodríguez Zapatero con el apoyo de
PSOE, PP y UPN un 23 de agosto de 2011, hace ahora justamente tres años,
estableciendo en el texto el concepto de “estabilidad presupuestaria”, fue la
causa de gran parte de nuestros males. Una reforma entonces considerada como
“necesaria y muy positiva” para el que más tarde sería usuario de la puerta
giratoria Felipe González. Y en esas estamos tres años después, o sea, con un
exrey, aunque se le siga llamando rey, que sigue viviendo a cuerpo de ídem en La Zarzuela; unos bancos y
cajas de ahorros rescatados con dineros de todos los españoles por medio del
FROB y cuyo dinero prestado no piensan devolver; con un paro que no disminuye ni aun haciendo trampas
en las estadísticas; con una juventud que ya no sabe para que parte del globo
terráqueo sacar billete de ida; con millón y medio de familias en las que no entra
ni un solo euro; con una parte de la infancia que sólo hace una comida diaria
cuando abren los comedores escolares; con una incompetente ministra Mato que no
sabe cómo resolver el problema de los fármacos contra la hepatitis C; y con
unos místicos ministros que van a su
aire: el de Interior imponiendo medallas a vírgenes para que reinen después de
morir, como Inés de Castro; la de Empleo encomendándose a la Blanca Paloma para que resuelva
lo que ella no es capaz; y, ahora, el presidente Rajoy haciendo un
ridículo paripé en el Camino de Santiago
junto a una canciller alemana que, por no creer, no cree ni en los que creen en
ella. Y con esos mimbres hay que hacer el cesto. ¡Que Dios no pille
confesados…!
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