Existen muchos misterios sin
resolver. Por ejemplo el peso del alma, que parece estar situada “en la marea de
neurotransmisores y los recovecos de las estructuras cerebrales”. Algo similar
acontece con los pensamientos. Tengo entre mis estanterías un libro de Asimov,
“El peso del Universo”, donde éste científico tampoco me saca de dudas, ya que
no dice nada sobre tales cuestiones. Respecto al peso del alma, Francis Crack, que ganó el Premio Nobel en 1962 por describir en
1953 con la ayuda de James Watson la estructura tridimensional de doble hélice
del ADN, afirmó que el alma humana pesaba 21 gramos. Y antes, en
1882, Angelo Mosso diseñó una balanza con la que pretendía medir los cambios en
el cerebro mientras pensamos. Según una noticia, que leo hoy en “Vozpópuli” con
asombro, David T. Field, que ha
reconstruido la balanza de medición de pensamientos gracias a los manuscritos
de Mosso recuperados en Italia, considera determinadas variables a tener en
cuenta al efectuar tal medición, entre ellas “los cambios producidos por la
respiración, que pueden inclinar la balanza y confundir al investigador si no
los tiene en cuenta, ya que cuando el sujeto contiene la respiración unos
segundos se produce una acumulación de CO2 en la sangre que
dilata los vasos sanguíneos y el flujo de sangre en el cerebro”. Sea como
fuere, lo que sí es mensurable es el peso de Jordi Pujol sin la Medalla de Oro de
Barcelona puesta sobre la solapa se su chaqueta. Una condecoración que le fue
otorgada en 1992 y que ahora ha tenido que devolver a petición del
Ayuntamiento.
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