El rey Juan Carlos se ha metido en la cápsula del tiempo, o sea, en el
cuadro de Antonio López y veinte
años más tarde ha salido lleno de juventud y lozanía. Es como el retrato de la
familia de Carlos IV pero sin estar
pintado por Goya ni tener tanta
gente a su alrededor. Sólo los reyes, el príncipe de Asturias y las dos
infantas. Faltan los consortes y sus respectivos hijos. Y de esa guisa quedará
para la historia. Pero si veinte años es mucho tiempo en la vida de las
personas, también lo es en la vida de la Familia Real, de la que ya no
forman parte las infantas Elena y Cristina, que han pasado a ser familia
del Rey. No cabe duda de que el cuadro llega tarde. Juan Carlos ya no es Jefe
del Estado y, de haber sido yo quien lo hubiera pintado, lo habría titulado: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los
mismos”. Con una infanta imputada, otra divorciada y los reyes uno por cada lado, el cuadro,
hecho sobre fotografías, ha perdido glamour.
Un óleo por el que se abonó en su día al pintor la friolera de 50 millones
de pesetas (300.506 euros) y que durante esos veinte años fue modificado en
varias ocasiones: A la
Infanta Cristina le cambió las esparteñas por unos zapatos de
tacón, y después por unos zapatos bajos. A Elena, el estampado del vestido. doña Sofía no sólo el traje sino la
posición de las manos. Y en las paredes hubo azulejos con pájaros azules que
finalmente han desaparecido. El resultado final, a mi entender, se hubiese
podido suplir por una buena fotografía ampliada. Eso sí, con el aspecto que
todos ellos tienen en la actualidad. Respecto a la ubicación de los caballetes,
a lo largo de ese tiempo fueron trasladados varias veces de sitio. Mientras
preparaba el lienzo, la tela estuvo en el estudio del pintor. En marzo de 2001,
el cuadro fue trasladado al Palacio Real. El taller se instaló en la llamada
Estufa de las Camelias, con vistas al Campo del Moro. El 28 de julio de 2010
volvió de nuevo al estudio del pintor, para ser trasladado más tarde al Palacio
de Oriente el 26 de abril de 2013. Allí se instaló un nuevo taller en una sala
con orientación norte y vistas a los Jardines de Sabatini. Vamos, de aquí para allá, como la maleta del loco. Menos
mal que no se le ocurrió poner de fondo un membrillar, como en la película de Víctor
Erice; que, de haber sido así, la entrega del cuadro hubiera sido para la
entronización de la infanta Leonor.
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