Con la llegada de las navidades
ya no se estila ver a mujeres con sayas largas ni a hombres con parpusa, tan típicamente asociada a los
chulapos madrileños, ayudados de un palo largo y conduciendo rebaños de pavos
por las calles en busca de comprador. Ya perdonarán que la palabra parpusa, también llamada palpusa, no figure en el Diccionario.
Por eso lo escribo con letra bastardilla. Pero, exista o no, lo cierto es que
la gorra de tela con pequeños cuadros aparece en “La verbena de la
Paloma” y en los sainetes de Arniches. Por tanto, existe tal nombre aunque no se contemple
registrado en las páginas del Diccionario en su vigésimo tercera edición.
Habría que proponérselo a Villanueva,
nuevo presidente de la Real Academia.
Los tiempos cambian y los gustos de los ciudadanos también. Decía Ignacio González, al referirse a los
comedores infantiles, que el problema de los niños de su Comunidad no es que
coman poco y mal sino es que son obesos. Es normal en las sociedades donde hay
poco dinero disponible. Se abusa de los hidratos de carbono y se prescinde de
las necesarias proteínas. Quizás esa pueda ser una razón. Pero mientras el
hambre cunda, todo seguirá así. Unos engordarán más de lo necesario y a otros
se les clareará la raspa. Y aquí quedará bien el dicho de que “no hay tu tía”,
que es una expresión que suele usarse ante los hechos consumados y cuando no
existe esperanza de cambio. Expresión, digo, que procede de la mala
interpretación de atutia o tutia, término equivalente a óxido de zinc, cuando
su costra, dura y grisácea, se adhiere a las tuberías y a los hornos donde se
extrae zinc o se fabrica latón. Con aquella mezcla, se preparaba un ungüento
que facilitaba la cicatrización de las heridas. Cuando no había tutia, tampoco
había solución para el herido. Pero a lo que iba. Ya nadie pastorea por las
ciudades pavos ni aparecen viñetas al estilo de aquellas de Carpanta, siempre pensando en un pollo
asado. La gente, a mayor gloria de Rajoy,
rebusca en los cubos de basura de los supermercados a la caída de la noche por
ver si cae una pizca que pueda consumirse. Y a veces hay algo para llevar a
casa. Ese día estarán de fiesta. Es el milagro de la Navidad.
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