Ayer, sin tener mejor cosa que hacer, estuve releyendo
a Luis Araquistain. En un apartado
de su libro “Sobre la guerra civil y en
la emigración” (Austral, 1983), hace referencia a la personalidad de Francisco Largo Caballero, y páginas
más adelante (p. 220) Araquistain señala algo que me ha hecho reflexionar.
Cuenta el que fuese mejor articulista que político (escribió en El Sol, dirigió la revista España y durante su exilio pudo
sobrevivir en Londres gracias a los diversos artículos que enviaba a diferentes
medios) que “Negrín no toleraba a su
lado más que a hombres insignificantes. En una ocasión, cuando Álvarez del Vayo
volvió a ocupar la cartera de Negocios Extranjeros después de unos meses de
apartamiento, como Azaña, que tenía
una pobrísima idea de su inteligencia, preguntara a Negrín que por qué le había
nombrado ministro, éste, cínico y cruel, contestó: ‘Es que no he encontrado
otro más tonto que él’”. Por asociación de ideas, me vino a la cabeza José María Aznar y el día en el que
teniendo que resolver la difícil “papeleta” de elegir sucesor entre tres
posibles candidatos (Mayor Oreja, Rato
y Rajoy) optó por poner su dedo
índice sobre este último. El resultado final se le antojó como el “menos malo”
de la terna aunque no el más despierto. Pero los comicios de 2004, los de la VIII Legislatura, dieron el
triunfo (a última hora y como consecuencia de las mentiras del Gobierno en
funciones sobre los tristes sucesos en los trenes del Corredor del Henares) a Rodríguez Zapatero. Y los de 2008, también.
Finalmente, Rajoy se convertía en presidente del Gobierno tras los resultados
del 20 de diciembre de 2011, donde el PP obtuvo mayoría absoluta en ambas
Cámaras. Pero su triunfo, a mi entender, no se debió a su carisma sino a unas
promesas que encandilaron al electorado en momentos de crisis económica,
colapso del sector financiero, paro galopante y debacle del sector
inmobiliario. Promesas que fueron incumplidas en su totalidad: aumentaron los
lanzamientos judiciales, creció el paro y el rescate financiero de las
entidades bancarias (sólo Bankia más
de 24.300 millones) con dinero del FROB que nunca devolverán, supusieron
aumentos de impuestos directos e indirectos y recortes importantes en servicios
sociales, sanidad y educación. Álvarez del Vayo, pese a lo dicho en su día por
Negrín, fue un intelectual (y así lo reconoció el periodista, traductor,
historiador y doctor en Derecho hispano-argentino Horacio Vázquez-Rial) antes que un revolucionario, que fundó dos
editoriales: Editorial España y Editorial Madrid, esta segunda editorial
ayudado por Negrín y Araquistain. En la República fue diputado,
embajador en México y, ya en la
Guerra, comisario general del Ejército y dos veces ministro
de Estado. Vázquez-Rial contaba: “Yo tenía 22 años y estaba en París cuando mi
amigo Robert Dreyfus me lo señaló en la terraza de un café. “Ése es
Álvarez del Vayo”. (…) “Algo menos de dos años después de que yo lo viera en
aquella terraza de París, en enero de 1971 y en la misma ciudad, en un piso
propiedad de un íntimo amigo de Álvarez del Vayo, Arthur Miller el político se
reunió con los del PCE (m-l) y acordó con ellos los puntos programáticos de lo
que sería, dos años más tarde, el FRAP. El 24 de septiembre de 1973 se celebró
en la capital francesa la Conferencia Nacional de dicha organización, en la
que se eligió presidente a Álvarez del Vayo”. (…) “El FRAP tuvo una vertiente
pública y otra clandestina. En la pública destacó la Unión Popular de
Artistas (UPA), a la que se sumaron desde Alfonso
Sastre hasta Patxi Andión,
pasando por alguien tan inesperado como la actriz Amparo Muñoz, y que dio lugar, entre otras cosas, a la revista Viento
del Pueblo. En el lado clandestino militaba otra gente. Recordamos a Xosé Humberto Baena Alonso, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz porque, tras ser
sometidos a un consejo de guerra, junto a los miembros de ETA Juan Paredes Manot y Ángel Otaegui, fueron fusilados (los
cinco) el 27 de septiembre de 1975, menos de dos meses antes de la muerte de Franco y casi seis después de la de
Álvarez del Vayo”. ¿Reconocería dentro de cinco años alguien en París a Mariano
Rajoy, en el supuesto de estar sentado éste en un velador del Café de Flore? Para mí que no. Sin
tratar de ser cínico ni cruel, esa es la diferencia.
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