El centenario de la publicación
de “Platero y yo” casi ha coincidido
con un hecho brutal. Un descerebrado pretendió hacerse una foto sobre una cría
de asno de pocos meses que estaba de “figurante” en el belén del Ayuntamiento
de Lucena. Según me informo, el indeseable sujeto, gordo como un butrino y con
cara de majadero (pesa casi 150 kilos), no tuvo mejor quehacer que saltar la
valla del establo, apartar supuestamente a patadas al menor de los animales,
había dos, y montarse a lomos del mayor, que sólo tenía cinco meses de vida. A
los pocos días murió el animal. Este es un país donde hay poca sensibilidad
hacia los animales, como se puede comprobar en las fiestas de los pueblos con los toros
embolados; en Tordesillas, con ese toro de la Vega al que persiguen a caballo y dan muerte a
lanzadas; o en Manganeses de la
Polvorosa, que hasta 2002, año en el que el alcalde, posiblemente
por miedo a las sanciones, prohibió el vergonzoso espectáculo. Era costumbre
que los quintos del pueblo tirasen una cabra al vacío desde el campanario
coincidiendo con las fiestas de san Vicente. De hecho, su escudo está partido,
primero de plata, con rama de palma de gules; segundo de gules torre de iglesia
surmontada de cabeza de cabra, todo de plata. Al timbre corona real cerrada. Ese
pueblo zamorano opta ahora por la cabra de fuego, un artefacto que se lanza
desde el campanario de la iglesia y que consigue igual revuelo entre el público
que cuando era arrojado un animal. Decía Albert
Schweitzer, Premio Nobel de la
Paz 1952, que “cualquiera que esté
acostumbrado a menospreciar la vida de cualquier ser viviente está en peligro
de menospreciar también la vida humana”. Una persona que abusa de un animal no
siente empatía hacia otros seres vivos y siempre será la antesala de la
violencia social. La crueldad origina violencia, y la violencia, delincuencia.
Y el maltrato animal también se da en los circos y en las plazas de toros, eso
que se ha dado en llamar “fiesta nacional”, ese espectáculo absolutamente
anacrónico que todavía es una lacra de la sociedad española por culpa de la
incultura y de los intereses económicos de unos pocos. El toro es un animal
pacífico que ataca cuando tiene miedo y no encuentra salida. Podría extenderme
más, sobre el tercio de varas, el tercio de banderillas, etcétera, pero
prefiero no continuar. Dejó escrito Juan
Ramón Jiménez: “Encontré a Platero
echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié
hablándole, y quise que se levantara...”. Lo dicho, aquí lo dejo. Hoy,
pensando en el pollino de Lucena me invade un inefable sentimiento de tristeza,
el mayor de los infiernos.
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