Cuenta Jaime Peñafiel en República
de las Ideas que “sabíamos que España era una Monarquía sin monárquicos.
Con millones de juancarlistas. Pero
no sabíamos que la
Institución tenía tantos enemigos y tantos detractores”.Lo que
sucede, a mi entender, es que Juan
Carlos de Borbón ya no es el jefe del Estado y tampoco se le echa de menos.
No existe el “efecto Colau”, como algunos periodistas señalan. Lo que sucede es que la Monarquía en democracia
queda como fuera de lugar, como algo de otro tiempo. La sucesión de padre a
hijo, o a hija, es de difícil digestión entre la ciudadanía cuando el país en
cuestión, en este caso España, tiene a juicio de la Historia un mal recuerdo
de casi todos los Borbones
anteriores. Juan Prim, que era
hombre inteligente, dijo aquello de “los
Borbones nunca más”, al poco de partir por la Estación de Atocha camino
del exilio Isabel II. Sin embargo,
en 1874 ya teníamos la
Restauración en la persona de su hijo Alfonso XII, el “Puigmoltejo”. Sólo habían pasado siete años. Y entre la
salida de la madre y el reinado de su hijo
hubo un Gobierno Provisional, el reinado de Amadeo de Saboya y la Primera
República que terminó con el golpe de Estado del general Pavía. Más tarde, un segundo periodo de
gobiernos provisionales y, finalmente, el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto que traería
al nuevo rey y desplazando a Serrano,
hasta entonces jefe del Estado. Alfonso II murió de tuberculosis el 25 de
noviembre de 1885 en el Palacio de El Pardo. Casualmente el mismo día que murió
Serrano. Su hijo póstumo, Alfonso XIII,
tuvo que tomar las de Villadiego en 1931. Llegó la Segunda República,
el golpe de Estado y la
Guerra Civil. Después, Franco
durante casi cuarenta años y el nombramiento de
Juan Carlos a título de rey por
deseo de ese general, que dijo tenerlo todo “atado
y bien atado”. Franco se había pasado por el “arco del triunfo” los
supuestos derechos históricos de Juan de
Borbón, al que odiaba casi tanto como a la Masonería. La Constitución del
78, aprobada por la mayoría de los españoles, incluía la figura de Juan Carlos
como titular de una Monarquía Parlamentaria donde la soberanía residía en el
pueblo. Es decir, que el rey reinaba pero no gobernaba.Y así hasta el 19 de
junio de 2014, cuando abdicó Juan Carlos
I tras haber bajado casi hasta el suelo el nivel de confianza de los
españoles según todas las encuestas.
Pero ya antes había comenzado el ocaso del “juancarlismo”. Le sucedió su hijo Felipe tras la aprobación de la
Ley Orgánica 3/2014, de 18 de junio, como
establece el artículo 57.5 de la Constitución
Española, que contó en el Congreso de los Diputados con 299
votos a favor,19 en contra y 23 abstenciones. Los votos del Senado (que no
sirve para nada útil) tuvieron un amplio respaldo que no merece la pena
desglosar. Según Charles Powell, “tras la
muerte de Franco, por un lado, la
oposición antifranquista sólo aceptaba la Monarquía en la medida en que ésta contribuyese a
traer la democracia y demostrase ser compatible con ella. Al mismo tiempo, los
sectores de la sociedad más reacios al cambio (la derechona más recalcitrante)
sólo aceptarían la democracia si era compatible con la Monarquía. Esta
doble tarea llevaba implícita una cierta contradicción y dicha ambigüedad fue
la que hizo posible el intento de golpe de Estado del 23-F. Pero aquel régimen salido de la Transición se iba al
garete a pasos agigantados desde que –como relataba en el diario Huelva Alejandro Martín- “apoyado en unas muletas, con chaqueta azul
oscuro y corbata roja, el Rey pide disculpas por primera vez a los españoles
desde un pasillo del Hospital San José de Madrid. Es el 18 de abril de 2012. La
prima de riesgo está desbocada y España se encuentra al borde del rescate pese
a los durísimos recortes que acaba de acometer el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy. Millones de españoles se
debaten entre el paro y el miedo a ser despedidos. Y su monarca acaba de ser
intervenido por una fractura de cadera sufrida durante una cacería de elefantes
en Botsuana cuando estaba acompañado por una amiga, Corinna Zu-Sayn Wittgenstein”. En la actualidad, Juan Carlos de
Borbón y Sofía de Grecia, uno por
cada lado, mantienen con carácter honorífico y de forma vitalicia el título de
reyes, y reciben tratamiento de majestad. Pues nada, que les vaya bonito.
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