Antonio Galván Porras
es, además de maestro, alcalde de
Calzadilla de los Barros, en la provincia de Badajoz. Y el Ayuntamiento que
Galván preside aprobó el pasado martes pedir en depósito el busto de Juan Carlos I, recientemente retirado del Salón de Plenos
del Ayuntamiento de Barcelona. Me parece muy bien esa moción municipal promovida por el alcalde del
PP de un pueblo de 848 habitantes. Lo que no termino de entender es que Galván
haya dicho –y así lo cuenta El País-
que “esa decisión de la alcaldesa de Barcelona es un torpedo contra la
convivencia en España”. Lo que debería saber ese alcalde rural es que los
verdaderos torpedos a España son los derivados de la corrupción existente en su
partido: verbigracia, la Gürtel o la Púnica.
Tampoco es admisible que en el escrito de la moción se plasme
que “la retirada del busto representa una actuación arbitraria, antidemocrática
y en contra de principios, leyes y de la propia Constitución Española”. La Hermandad Nacional Monárquica de España, que representa a
cuatro gatos, también ha dado su apoyo a esa decisión de Galván. En un arrebato
de “romance de valentía/ escrito con luna
blanca” Galván ha dicho que “si Ada
Colau acepta nuestra petición, iré yo mismo en mi coche a recoger el busto
de Juan Carlos; no tendría que mandarlo por mensajería”. Lo que no cuenta es si
también pondrá la gasolina de su bolsillo. Galván, que además de alcalde, es
senador por Badajoz y miembro de la Comisión Mixta de Control Parlamentario de la Corporación RTVE,
debería centrarse más en el control de esa “caja de mierda” que es hoy la
televisión pública, convertida en aparato de propaganda al servicio de la
derechona. Galván debería saber, también, que la retirada del busto del
anterior jefe del Estado no es un acto antidemocrático, ni una actuación
arbitraria ni va en contra de los principios de todas esas cosas que él cuenta.
Juan Carlos de Borbón ya no representa ni al Estado ni a los españoles. Por esa
razón, su busto está de más en cualquier salón de plenos serio. El busto de
Juan Carlos tampoco es el crucifijo, que también sobraría en el salón de plenos
de un Estado no confesional, como es el nuestro. Galván, por último, debería
tomarse una taza de tila en desayuno, comida y cena por ver si se calma. No considero
necesario que deba montarse a lomos del caballo de un vecino de Calzadilla de los Barros (como hizo Pavía en su famosa charlotada) con su
segundo apellido en la mano por ver de asustar a quiénes no piensan como él. Berrugón,
Morico, Tuerto o Boticario, que son cuatro de los nueve
cabezudos que posee la
Inmortal Ciudad de Zaragoza, también sobrecogen a los niños
cuando los sacan de paseo. Pero no pasa nada. No sé si me explico. No sé si me
entiende.
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