A nadie que yo sepa le gusta que le toquen los símbolos,
que cambian con los tiempos. Así recogía ayer Alfons Ribera, en la sección “Revista
de prensa” del El Periódico de Cataluña, lo siguiente: “El gesto simple y lógico
de Colau de retirar un busto de Juan Carlos I
del Ayuntamiento de Barcelona, porque ese señor ya no representa nada en este
país, ha levantado ampollas en la derecha mediática y política. Incluso los que
más atizaron al exmonarca durante los últimos años de su mandato por sus
extravagancias, errores de bulto y millonarias cuentas privadas son ahora los
primeros en rasgarse las vestiduras por tamaña afrenta”. También en Zaragoza se
ha montado la de Dios es Cristo por el deseo del Ayuntamiento, que preside Pedro Santisteve, de cambiar el actual
nombre de Pabellón Príncipe Felipe
por el de Pabellón José Luis Abós,
que fuera entrenador del CAI antes de que un cáncer lo fulminase en poco tiempo.
Pero, ¿de dónde ha salido tanto monárquico de última hora? No lo entiendo.
Sigue escribiendo Alfons Ribera que “tanto la representatividad como los
méritos varían” (…) “De ahí que muchas calles Generalísimo Franco respondan hoy a Constitución o
Libertad. Y de ahí también que la aparición de gobiernos municipales y
autonómicos de izquierdas se corresponda con sensibilidades diferentes a la
hora de mover esa simbología, como pasará con los nombres de las calles de
Barcelona y Madrid, de las que desaparecerán, por suerte, referencias al
franquismo, a los vencedores de la guerra civil y a personajes impresentables,
como por ejemplo la reina Isabel II, su abominable padre o su
geniuda madre, cuyo segundo marido inauguró oficialmente el urdangarinismo y la
corrupción desenfrenada”. Los fetiches, como los símbolos, son absolutamente
inútiles para el Estado. Se necesitan mejores hospitales, una óptima educación
pública, gasto de dinero en investigación y desarrollo… Y esas cosas sólo se
consiguen con una excelente Sanidad Pública, con unas modernas escuelas y
universidades también públicas, y con un
tejido empresarial serio y competente. La tradición nunca debe servir de excusa
para entronizar imágenes de deidades o símbolos monárquicos. La libertad y la
igualdad deben primar en una democracia que se precie de serlo. Digámoslo
claro: los símbolos nunca son inocuos ni inocentes, especialmente cuando están
ubicado en lugares de poder por una
razón de peso: adoctrinan. Seguro que en Suecia o Reino Unido nadie se plantea
quitar símbolos monárquicos. Pero el caso español es distinto. Del trágala del
franquismo y de la posterior represión contra media España con la aquiescencia
de los obispos pasamos al trágala de un sucesor a título de rey puesto a dedo
por uno de los máximos responsables de un golpe de Estado y de una posterior
guerra civil contra la
Segunda República legalmente constituida en 1931.En España
nunca se planteó la forma de Estado en las Cortes Constituyentes. Había
demasiado miedo. Y hay cosas que difícilmente se arreglan con el paso del
tiempo.
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