Enric Gonzáles,
en El Mundo, al hacer referencia a
ese posible cambio de placas en el callejero de Madrid, todas ellas
relacionadas con el franquismo, pone el dedo en la llaga y señala: “¿En
serio quieren quitarle una calle a Manolete?
¿Y a Dalí? Hombre, comprendo
que no se dediquen avenidas a un psicópata asesino como Millán Astray, pero carece de sentido
anular casi medio siglo de la historia de España. Francisco Franco existió y existió el franquismo, impuesto al
principio por las armas y luego por asentimiento mayoritario. Nadie mató al
franquismo, murió de viejo”. Cierto. Un régimen totalitario no dura en el poder
casi cuarenta años si los ciudadanos no quieren. Y cierto es, también, que en
septiembre de 1975 se llenó la
Plaza de Oriente en defensa de aquel régimen autoritario,
mientras la Europa
civilizada echaba chispas por las últimas ejecuciones sumarísimas llevadas a cabo
en septiembre. A los que ahora tienen mala memoria histórica les recuerdo que
el Parlamento Europeo invitó a la
Comisión y al Consejo de Ministros a congelar las relaciones
existentes con España “hasta que la
libertad y la democracia sea establecidas en el país”. Tanto la Comisión Europea
como el Consejo de Ministros y el Parlamento de los “nueve” habían solicitado
al régimen de Franco clemencia para los tres militantes del FRAP y los dos de
ETA, fusilados en la madrugada del sábado, 27 de septiembre. Manuel Fraga, al que se le atribuye el
dicho: “el mejor terrorista es el terrorista muerto”, era por aquellos días
embajador de España en el Reino Unido. Unas fechas antes, el Gobierno griego
presidido por Caramanlis había decidido por unanimidad proponer la conmutación de
tres penas de muerte contra los máximos responsables (coroneles George Papadopulos, Stylanos
Patazos y Nicolae Makarezos) del
golpe de Estado del 21 de abril de 1967. Otras trece peticiones a la máxima
pena fueron reducidas. Aquel Gobierno heleno prefirió afrontar las iras de la Oposición que crear
ansias revanchistas. Los errores siempre se pagan y no conviene olvidad que el
rey Constantino I (cuñado del exrey Juan Carlos) tuvo que salir zumbando de
aquel país por haberse puesto al lado de los coroneles. Algo parecido a lo que
le pasó a Alfonso XIII por el Pacto de San Sebastián. A aquel nefasto
rey de España no se le perdonó, tampoco, haber
consentido el golpe de Primo de
Rivera en septiembre de 1923 ni otras cuestiones de enorme calado, como sus
ánimos por telegrama al general de división Manuel Fernández Silvestre, entonces comandante general de Melilla,
que resultó ser una absoluta nulidad para el mando de las tropas, poco antes
del desastre del Rif. Pero casi lo peor de todo fue que aquella zona africana,
el valle de Annual, era de un nulo valor estratégico, donde no merecía la
muerte de un solo soldado. He dicho “casi” porque hubo algo peor: lo que hizo
el rey de España; o sea, aplaudir a los pablorromeros
desde la barrera de sombra y parapetarse en la distancia que le separaba del
campo de lucha de soldados españoles, todos ellos de recluta obligatoria,
contra las cavilas de Abd-el-Krim El
Jatabi, alias Pajarito, aquel
malhadado día 22 de julio de 1921.
Existe una anécdota sobre Silvestre que no quiero pasar por alto: en marzo de 1954, Abd-El-Krim, exiliado en Egipto,
recibió en su palacio de El Cairo al periodista
Fernando P. de Cambra. En un
momento dado, Cambra le preguntó a Abd-El-Krim sobre el final de Silvestre.
“¿Cayó luchando? ¿Lo asesinaron? ¿Murió en el cautiverio?”. “No, nada de
eso -respondió Abd-El-Krim-, si hubiera sido hecho prisionero le habríamos
respetado la vida como hicimos con el general Navarro. El general Fernández Silvestre se suicidó en Annual cuando
vio que la posición ya no podía resistir más. Fue un bravo soldado que no
admitía la derrota. Tal vez fuera demasiado impulsivo. Tuve entre mis manos su
fajín”. Al concluir la entrevista, Abd-El-Krim le obsequió con una espléndida
cena árabe y más tarde le entregó una carta para el general Franco. De regreso a
España, Cambra, a través del ministro de Información y Turismo, Arias Salgado, hizo llegar a Franco la
carta de Abd-El-Krim (junto con un pequeño informe de lo hablado durante la
entrevista que le concedió en El Cairo), cuya carta Franco no quiso leer,
manifestando a Arias Salgado: “No deseo saber nada de traidores”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario