El próximo mes de noviembre hará
cuarenta años de la muerte de Francisco
Franco en el sanatorio La Paz, de Madrid. Hay leyendas urbanas para
todos los gustos. Fernando Vizcaíno
Casas que, por cierto, ejerció de abogado laboralista, publicó en 1978 su
novela “…Y al tercer año, resucitó”,
con humor corrosivo. Y de pronto me ha venido a la cabeza la leyenda urbana de “la chica de la curva”. Para José Manuel Pedrosa, autor de “La
autoestopista fantasma y otras leyendas urbanas españolas”, la autoestopista de marras (que enseña la
ruta y advierte del peligro) es un “fantasma psicopompo”. Imaginen ustedes una
noche cualquiera de noviembre, nublada y con exiguo tránsito en las carreteras,
cuando, en un momento determinado de la noche, se le antoja al conductor ver en
el arcén, aunque de forma bastante difuminada, a un hombre pequeño y rechoncho,
con una gorra con borla y su mano temblorosa pidiendo que le lleven en autostop
hasta el municipio de El Pardo. Le invita a subir y el recién recogido
permanece callado casi todo el trayecto. Hasta que en un momento dado rompe a
hablar, señalando al conductor los peligros de la carretera y echándole la
culpa de los parches y baches existentes a la masonería y al judaísmo. Después
le dice que a los españoles no se les puede dejar solos. Y pone como ejemplos
de bienhacer a Pavía y al Espadón de Loja. Al rato, el conductor
intenta hablar con él, mira por el retrovisor interior y el personaje
uniformado resulta que ya ha desaparecido. Lleno de pavor, pretende acercarse
hasta el cuartel de la Guardia Civil
de uno de los pueblos existentes en la ruta para dar cuenta de lo sucedido.
Pero se lo piensa mejor y no lo hace. Toma la determinación de intentar olvidar
el suceso. ¿Cómo podría contarle al sargento-comandante de puesto que se había
montado en su utilitario un fantasma psicopompo? El sargento-comandante de
puesto le instaría a que le describiese con pelos y señales para proceder a
hacer un informe a su jefe de Línea: su aspecto físico, su forma de vestir…
Imposible. De hacerlo, de decir la verdad, estoy seguro que al conductor le
obligarían a soplar en el etilómetro y nunca se sabe cómo podría acabar
aquello. Posiblemente con sus huesos en el calabocillo.
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