Eso del posible cambio en el callejero madrileño auspiciado
por la alcaldesa Carmena, referido a
la posible eliminación de rótulos relacionados con el franquismo, está dando
mucho juego en la prensa diaria. Hay opiniones para todos los gustos, todas
ellas respetables. Hoy leo en El Mundo
la opinión de Fernando Sánchez Dragó
al respecto y, caso de resultar ser cierto lo que él expone, tiene razones más
que suficientes para estar indignado. Yo también lo estaría. En su artículo “Callejero franquista”, Sánchez Dragó
hace referencia a su padre, el periodista Fernando
Sánchez Monreal, fusilado en Burgos al inicio de la guerra civil por una denuncia de
otro colega suyo, Juan Pujol Martínez,
al que Sánchez Dragó denomina como “facha cum laude, trepa de manual, jerarca de la agitprop franquista e inquilino hoy del segundo círculo del
Purgatorio según Dante, en el
que los envidiosos pagan sus culpas con los párpados cosidos, denuncia a mi
padre, tildándolo de marxista al servicio de Moscú”. Pero Sánchez Monreal, que
por aquellos días se encontraba en Valladolid por motivos de trabajo, era un
profesional nada sospechoso de tener ideas que “merecieran” ser condenables por
los rebeldes. Era redactor-jefe de La Voz, director de la Agencia Febos y –según describe
Sánchez Dragó- “estaba afiliado al partido católico, conservador y republicano
de don Antonio Maura”. Ahí creo que tiene una laguna de memoria el
columnista. Supongo que habrá querido referirse a Miguel Maura Gamazo, séptimo hijo de Antonio Maura, fundador del Partido Republicano Conservador, tras
las desavenencias con Niceto Alcalá
Zamora, ya que ambos habían pertenecido a Derecha Liberal Republicana (uno de los partidos firmantes del Pacto de San Sebastián). Pues bien,
Sánchez Dragó cuenta en su artículo lo que le aconteció un día, paseando por
una determinada zona de Madrid: “Recorro Espíritu Santo, desemboco en Marqués
de Santa Ana, alzo los ojos y veo, allá en lo alto de la esquina, una placa
azul del Ayuntamiento en la que se lee: Calle de Juan Pujol. ¡El nombre del
delator de mi padre inmortalizado a dos pasos de mi domicilio! Llamo a unos
amigos y les pido ayuda para lavar la afrenta. Dos días después, a media tarde,
nos encontramos todos en el lugar de autos. Lo hacemos provistos de una escalera
de mano, un escoplo, un bote de engrudo y otra placa, idéntica a la del
Ayuntamiento, en la que pone: Calle de Fernando Sánchez Monreal. (…) Adosamos
la escalera a la esquina del oprobio. Mis amigos la sujetan. Trepo por ella.
Arranco la antigua placa. Coloco la de mi padre. La fijo con el engrudo. Llega
un coche de la policía, a la que mis amigos, por sugerencia mía, han avisado.
Me acerco a los agentes. Les entrego el DNI. Pido que me lleven a la comisaría.
Me miran. Sonríen. « ¡Venga, Dragó!», me dicen. «No vamos a detenerle por
tan poca cosa. Diremos que lo ha hecho un desconocido». Insisto. Insisten. Se
van. Al día siguiente reponen la placa del felón. Envío una carta al alcalde.
Es Gallardón. Le pido que haga
justicia y que honre la memoria del periodista asesinado. Me responde. Tengo su
carta. En ella promete que lo llevará al pleno del Ayuntamiento. No lo hace”. Juan Pujol Martínez
colaboró con la revista Acción Española,
redactó en 1932 el manifiesto golpista de Sanjurjo
y fue diputado por Madrid en 1933 en las listas de Acción Popular y en 1936 se presentó por Mallorca en las listas de la
CEDA. La
Junta de Defensa de Burgos le designó como jefe de Prensa y Propaganda. Desde
ese puesto denunció a Fernando Sánchez Monreal. Después de la guerra civil dirigió
el diario Madrid entre los años
1939-44. Estaba en posesión de la
Orden de Isabel la Católica. Murió en
Madrid en 1967.
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