Ahora que acaba de cerrar el Café Comercial de la madrileña Glorieta de Bilbao, propiedad de Isabel Sarracató e Isabel Contreras, se ha dicho de todo y algunos periodistas hasta
han relacionado ese café, ahora finado de muerte repentina, con el que aparece
plasmado en La Colmena, de Camilo
José Cela. La realidad es que Cela tomó de inspiración otro café situado en
la misma glorieta, el Café Europeo,
que se encontraba en el número 1 esquina a la calle Carranza. No sólo se mueren
las personas, también los puntos de encuentro. “No perdamos la perspectiva, yo
ya estoy harta de decirlo, es lo único importante. Doña Rosa va y viene por entre las mesas del Café, tropezando a los
clientes con su tremendo trasero”. Así comienza la novela de Cela ambientada en
tres o cuatro días de 1943, con seis capítulos y un epílogo, editada en Buenos
Aires en 1951 y que no pudo editar en España hasta 1955 debido a la censura de
la época: “¡Ja, ja! Los pueblos del cinturón. ¡Qué chistoso! ¡Los pueblos del
cinturón!”. Así terminan sus 122 páginas una vez descontados sus “notas” a las primera, segunda, tercera
y cuarta ediciones y a su “última
recapitulación”, fechada en Palma de Mallorca el 2 de junio de 1963. Pero,
a lo que iba. El Café Europeo se
llamó con ese rótulo en 1898. Antes había sido el Café Nueva York. Y como bien recuerda M.R.Giménez, “acogía numerosas tertulias entre sus divanes de
peluche rojo y sus grandes espejos, tenía mostrador en el centro y al fondo una
escalera de caracol que daba acceso a los lavabos y a otras salas superiores.
Se trataba e un café de barrio, de los llamados ‘de asiento’, no demasiado
lleno por las mañanas, algo más ocupado por las tardes y abarrotado de público
durante las noches y las madrugadas”. Perdió clientela finalizada la Guerra Civil, hasta desaparecer
en 1949. Por allí pasaron personajes ilustres: Sánchez Mazas, González-Ruano,
Alfredo Marqueríe, Víctor de la Serna y hasta José Antonio Primo de Rivera. Y por
allí pasó, también, un personaje pintoresco que termino por pasar a formar
parte del paisaje urbano de mesas de café, humo de cigarros y tertulias
variopintas. Me refiero a Juan Simarro González, más conocido
como el “ciego Simarro”. Se ganaba
la vida pidiendo limosna en 1910 muy cerca de la iglesia de las Calatravas. Siempre
vestía de levita y chistera. En 1911 fue juzgado por delito de estafa (¡por
valor de 1’55 pesetas!), importe de un desayuno y dos panecillos que había
consumido en el Café Europeo y que
había dejado de abonar el 25 de julio de 1909. Alegó ante el juez que “nadie
tiene obligación de morirse de hambre”. El 22 de septiembre de 1910 es detenido
nuevamente y acusado de delito de lesa majestad, mientras tocaba la guitarra
junto a las Calatravas. Llevaba un cartel al cuello que, a juicio de las
autoridades, injuriaba a Alfonso XIII.
Alegó en el juicio: “Escribí el cartel con injurias al rey porque deseaba
llamar la atención al público para que me votaran en las próximas elecciones”. Pero
lo cierto era que la frase de aquel cartel estaba extraída de un discurso de Donoso Cortés, fallecido en París en
1853. El ministerio fiscal pidió para él ocho años de prisión mayor, 1.500
pesetas de multa y la incautación del taburete y de la guitarra. El 23 de julio
de 1912 salió de la Cárcel Modelo de
Madrid, conmutada la pena por la de
destierro. No volvió por Madrid. Consta que apareció en 1914 por Tortosa
arengando y echando pestes de la guerra de Marruecos y que en 1916 se le hizo
una entrevista donde dijo, entre otras cosas, que “España es un país de
egoístas”. En 1924 se estableció en Barcelona viviendo de la caridad que los
suscriptores de La Vanguardia donaban
para repartir entre los pobres. Hay una lista de menesterosos beneficiados en
los que aparece su nombre. En 1933 dejó su nombre de aparecer en esas listas. Mariano de Cavia había dicho sobre
Simarro que era “el hombre más consecuentemente enchisterado que hay en los
Madriles”. Debió fallecer por aquel año. Estoy seguro que Simarro hubiera
podido dar buen juego en La
Colmena, al igual que lo dieron los otros 296 personajes que
asoman con mejor o peor fortuna en la divertida obra literaria.
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