El Gobierno acaba de aprobar un Real Decreto por el que se
modifica otro del 6 de noviembre de 2009, que desarrolla parcialmente la Ley del 22 de junio de 2007 de
acceso electrónico de los ciudadanos a los servicios públicos. Dicho así, el
lector no se entera de nada. Normal que así sea. El Gobierno que preside Mariano Rajoy se pasa el día mareando
la perdiz. El Real Decreto en cuestión viene a decir que el Consejo de
Ministros ha reformado este viernes la
Norma de Acceso Electrónico a
los Servicios Públicos de forma que, a partir de ahora, los empleados públicos podrán
usar seudónimo en determinadas actuaciones pero, a la vez, el
Estado tendrá plena garantía de que
la verdadera identidad de los funcionarios será revelada a la Justicia en el caso de ser requerida por la
misma. O sea, que si se llama usted Juan
Ramírez de la Piscina
y es funcionario público podrá utilizar el seudónimo de Carlos Segundo, sin necesidad de tener que estar hechizado. Ese
cambio de nombre ya lo utilizaba Felipe
González cuando se hacía llamar Isidoro,
las monjas cuando ingresan en los conventos, los masones, los agentes secretos
del CNI, algunos actores de cine y determinados escritores de novelas del Oeste
cuando trabajaban sin descanso para la Editorial Bruguera. Hasta Fernando Lázaro Carreter utilizó seudónimo para confeccionar su
obra de teatro La ciudad no es para mí.
La obra de moralizantes valores franquistas estuvo firmada por Fernando Ángel Lozano. Lázaro Carreter
calificó su obra como “un pecado venial de juventud”. En 1966 fue llevada al
cine bajo la dirección de Pedro Lazaga.
Algo parecido sucedió con la película Raza,
con argumento de Jaime de Andrade, seudónimo
de Francisco Franco, estrenada en
1941 y dirigida por José Luis Sáenz de
Heredia, primo carnal de José
Antonio Primo de Rivera. A ese director
le encomendaría años después Manuel
Fraga, otro demócrata de toda la vida, la dirección del film Franco, ese hombre, para conmemorar en
1964 los “XXV años de paz”, que
constituyó una eficaz pieza hagiográfica del dictador. La película narra la
historia de cuatro hermanos, Isabel,
Pedro, José y Jaime, hijos del capitán de navío Pedro Churruca y descendientes de Cosme Damián Churruca. Churruca padre, emulando a su ilustre
antepasado, muere al principio de la película en Cuba, todavía colonia
española, en una misión suicida contra la armada de los Estados Unidos. Como no
podía ser de otra manera, su muerte es producto de la masonería, que domina la
política española. En fin, va a tener razón Alfonso Guerra cuando dijo aquello de que “a España no la va a
conocer ni la madre que la parió”. Pensaba terminar hoy mi post con aquello de “cosas
veredes, amigo Sancho, que farán
fablar las piedras”, atribuido a Miguel
de Cervantes. Pero no es cierto. Tal expresión es mucho más antigua. Se
remonta al romancero derivado del Cantar
de Mío Cid, cuando Rodrigo Díaz de
Vivar le dice a Alfonso VI,
cuando le propone al guerrero conquistar Cuenca: “Muchos males han venido por
los reyes que se ausentan...” y el monarca le replica: “Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”.
Feliz fin de semana.
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