Mañana, 12 de octubre, es la Fiesta Nacional de España con
recepción en el Palacio Real para unos pocos invitados que harán dóciles
genuflexiones a la Familia Real
presente hasta la grosería. Pablo
Iglesias, de Podemos, ya ha dicho que no asistirá a esos actos
protocolarios. Unos actos a los que se debe acudir si a uno le viene en gana; y
que, a diferencia de lo que acontece en bodas, bautizos y comuniones, el
invitado está exonerado de hacer regalo para pagarse los canapés y el vermú o
el fino La Ina, en
el supuesto que los gorrones asistentes dejen algo sobre la bandeja que pasea
el camarero. Pero el país no está para coñas patateras. Ahora, como sucedía
hace noventa y tres años, reinando entonces Alfonso XIII, hay que volver a releer a Ortega. “¿Es extraño (escribía en
La España
invertebrada, remitida a las librerías en 1922, eso que más tarde él denominaría como método de la razón histórica) que al cabo del tiempo, la mayor
parte de los españoles, y desde luego la mejor, se pregunte: para qué vivimos
juntos? (…) No basta, pues, para vivir la resonancia del pasado, y mucho menos
para convivir. Por eso decía Renan que
una nación es un plebiscito cotidiano. En el secreto inefable de los corazones
se hace todos los días un fatal sufragio que decide si una nación puede de
verdad seguir siéndolo. ¿Qué nos invita el Poder público a hacer mañana en
entusiasta colaboración? Desde hace mucho tiempo, muchos siglos, pretende el
Poder público que los españoles existamos no más que para que él se dé el gusto
de existir. Como el pretexto es excesivamente menguado, España se va
deshaciendo… Hoy ya es, más bien que un pueblo, la polvareda que queda cuando
por la gran ruta histórica ha pasado galopando un gran pueblo…”. Ese pedazo de
texto de Ortega debería hacer reflexionar a un Poder público que ha tomado a
los ciudadanos el número cambiado, donde el Gobierno ha perdido la aguja de
marear. Días pasados, Rajoy inauguraba un pantano, el de San Salvador, que ya
llevaba funcionando desde junio; Soraya
Sáenz de Santamaría bailaba una canción de Bruno Mars en El Hormiguero de
Antena 3; se inauguraba un tramo de AVE costosísimo (Valladolid, Palencia,
León) cuyos escasos viajeros pagarán por el trayecto un precio de risa;
etcétera. “La esencia del particularismo -escribía
Ortega- es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en
consecuencia (por ejemplo, catalanes y vascos) deja de compartir los
sentimientos de los demás”. Nota a pie de página: “Dicho de otra manera: el
hombre condenado a vivir con una mujer a quien no ama siente las caricias de
ésta como un irritante roce de cadenas”. La Fiesta Nacional de España es
hoy el equivalente a la fiesta de Blas,
donde unos pocos salían con unas cuantas copas de más.
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