Leo en la prensa aragonesa que “los votos de concejales del
PP y el PAR de Calatayud impidieron que en el pasado Pleno municipal saliera
adelante una propuesta del Partido Socialista, en la oposición, para retirar la
medalla que el consistorio concedió a Francisco
Franco en el año 1951. Franco aceptó la medalla y una comisión de la corporación se
desplazó a Madrid cuatro años después para imponerle el galardón, que hacía
referencia a su victoria en la guerra civil y a sus esfuerzos para llevar la patria a
su mejor destino”. Es decir, que la Ley de la Memoria Histórica
no está siendo respetada. Tampoco se tiene en cuenta, por lo que se desprende
de esa postura radical, a los ediles
bilbilitanos asesinados al comienzo de la Guerra Civil. Aquí no sirve el
argumento de que “no se desea reabrir heridas”. No es la primera vez que se
intenta la retirada de esa condecoración a Franco. Sucedió en 2009, siendo
alcalde Víctor Ruiz, y en 2013, cuando tuvieron en contra los votos de
12 concejales del PP. Lo cierto es que ni entonces ni ahora existe voluntad de
retirar la medalla, de la misma manera
que tampoco hay voluntad para desenterrar y dar digna sepultura a los
esqueletos existentes en el barranco de la Bartolina. Las
viejas heridas no se reabren por contar la historia tal como fue. Tampoco por
decir, por ejemplo, que Francisco Bueno,
alias El Estirao, fue fusilado en la Plaza del Fuerte el 15 de
agosto de 1936 a
las 5 de la tarde, con banda de música, falangistas, requetés y numeroso
público presente. En todas las esquinas de Calatayud se colocaron octavillas
donde se decía: “se está haciendo justicia con los reptiles venenosos”. También
puede que fuese para los fascistas de entonces un “reptil venenoso” Eduardo López Táppero, médico que se
había caracterizado por su ayuda a los necesitados y que dejó tras su
fusilamiento viuda a Maria Aurora Conte
Camps y huérfanos a tres hijos pequeños, o Manuel Carlés Nogueras, ingeniero agrónomo y director de la Estación Enológica
existente en Calatayud. Se cuenta que nada más fusilar a Francisco Bueno,
apareció por la Plaza
del Fuerte una señora de la burguesía local con velo sobre la cabeza, rosario y
misal, que regresaba de hacer una visita
a la iglesia de San Juan el Real. Pidió su pistola a uno de aquellos falangistas
energúmenos y con toda la frialdad del mundo descerrajó el tiro de gracia al
recién fusilado todavía agonizante en el suelo. Con el tiempo alguien me dijo
de qué señora se trataba, pero no diré su nombre aunque me aspen: primero, por
no haber podido contrastar esa delicada información; segundo, por respeto a sus
descendientes; y, tercero, por no corresponderme a mí facilitar ese dato. El
que quiera saber, que vaya a Salamanca.
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