Los países que componen la UE deben acoger refugiados políticos mientras
duren los conflictos en sus países de origen. Vale, de acuerdo. Pero también
deben agradecerse la sinceridad de la canciller Merkel cuando afirma que ella no acogería refugiados en su
domicilio privado. Una cosa es que los Estados estén obligados a ofrecer
protección frente a la guerra y la persecución, y otra, muy distinta, es que
los ciudadanos debamos en conciencia hacernos cargo de un problema que afecta a
los países que firmaron en su día un convenio. Los Estados, digo, ante el
actual “éxodo de proporciones bíblicas”, como lo llama el exministro alemán de
Exteriores Joschka Fischer, deberán
resolver tal situación de forma sensata de acuerdo con la Convención de Ginegra.
Pero el ciudadano corriente, ese que se está arruinando a costa de un Estado
despilfarrador, como es el caso de España, donde los gobernantes hacen puentes donde no hay río, polideportivos donde sólo quedan ancianos y aeropuestos sin aviones, bastante tiene ya con pagar
abultados impuestos y afanarse en estudiar
el modo de poder llegar a fin de mes sin necesidad de tener que acudir a
los comedores sociales. Merkel, pese a su sinceridad, y a eso iba, no es
insensible al problema de los refugiados. Como bien señala Fischer hoy en el
diario El País, “cuando miles de
refugiados llegaron a Budapest camino de Alemania y Escandinavia, un desastre
humanitario golpeó a las puertas, y la canciller alemana Angela Merkel tuvo que
elegir: o aceptar a los refugiados o correr el riesgo de un agravamiento de la
crisis en Budapest. Es probable que si Alemania hubiera esperado dos días más,
el desastre se hubiera producido. Merkel tomó la decisión, valiente y acertada,
de permitir la entrada de los refugiados a Alemania. Esto la hace merecedora de
respeto sincero y apoyo total, más aún vista la glacial respuesta de muchos
miembros de su propio partido”. Y Fischer, en su artículo, deja claro que “si la
UE desea conservar sus valores centrales (incluida la
supresión de las fronteras internas), deberá concentrarse en estabilizar a sus
vecinos de Oriente Medio, el norte de África y el este de Europa con dinero,
compromiso y todo su poder, el duro y el blando”. Eso es, como el turrón de Jijona.
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