La comisaria europea de Empleo, Marianne Thyssen, ha puesto el dedo en la llaga en una entrevista
que le hace Ignacio Fariza y que
publica hoy El País. Thyssen señala
que en España “la economía crece,
el desempleo cae y el empleo repunta”, para después añadir que “mi
visión es que la precariedad, si es temporal, como un paso hacia un trabajo
mejor, está bien porque estas personas al menos tienen un puesto de trabajo.
Sin embargo, esa situación precaria no puede convertirse en la
normalidad”. Ya se sabe que hay poco trabajo y no queda otra que
repartirlo. Pero malo es que el ciudadano se acostumbre a considerar como
estándar lo que es inseguro. Lo cierto es que han bajado los salarios y ha
crecido la temporalidad y la desvinculación de los convenios colectivos. A
nadie se le escapa que Rajoy apostó
por la reducción de costes laborales suponiendo que, de esa manera, aumentaría
la competitividad de las empresas. Se equivocó.
Lo cierto es que está disminuyendo a pasos agigantados el tejido
industrial y aumentando los servicios temporales relacionados con el turismo,
que no es cosa distinta a pan para hoy y hambre para mañana. Y de esa guisa, está
surgiendo un tipo de trabajadores, los trabajadores pobres que no pueden vivir
con dignidad, que firman contratos a media jornada, o que trabajan en jornadas
de ocho horas o más por menos del salario mínimo interprofesional. Pero al
Gobierno eso se la trae al pairo. Lo único que le obsesiona de cara a Europa,
es poder reducir las cifras de INEM. “La oligarquía quiere que todos tengamos
trabajo, pero precario, -como escribe Toño
Fraguas en Lamarea.com-. De
hecho, podríamos llegar a ser un país lleno de pobres con pleno empleo”. Como
no se puede devaluar la moneda, se devalúa el trabajo. Y los sindicatos mayoritarios,
como siempre, se ponen de perfil ante el problema creciente. Parece que no
fuese con ellos. Acostumbrarse a las dificultades, sin embargo, no significa
resignarse. La resignación, como la sumisión, es el refugio de la ignorancia.
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