
jueves, 30 de noviembre de 2017
Pueblos silentes

martes, 28 de noviembre de 2017
Crespillos aragoneses

lunes, 27 de noviembre de 2017
Que llueva, que llueva...

sábado, 25 de noviembre de 2017
La cocina de Felipe IV
En su ensayo El
conde-duque de Olivares, Gregorio
Marañón hace una perfecta descripción biográfica del Valido de Felipe IV, Gaspar de Guzmán y Pimentel. Pero, además de ello, Marañón
aprovecha para diseccionar a ese monarca de la Casa de Austria. Enrique Fraguas (Historia 16,
año II, núm. 13, pp 125 a
127) hace referencia a los ayunos y hartazgos de ese rey de España. Cuenta Fraguas que la mayor parte de los días del
año, el rey comía solo en su cuarto, la reina, en el suyo y los infantes en
cada uno de ellos. Por regla general, los hombres comían sentados en una silla
ante la mesa; y las mujeres, incluida la reina, sentadas de cuclillas sobre
cojines en el suelo y con la comida sobre una bandeja. Las veces que el rey
comía en público se convertía la comida real en una auténtica batalla
convencional palatina. Se ponía en movimiento: el mayordomo de semana; el ujier
de sala; dos docenas de compradores al mando de un comprador en jefe; varios guardamanjares;
un escudero de cocina; el cocinero mayor ( que cobraba 48.000
maravedíes al año y una paga extraordinaria por cada comida especial y en
público que se celebrase en palacio. No pagaba ni casa, ni médico, ni botica,
ni leña. Además de ello, recibía diariamente un pan de dos libras, un cuarto de
carnero, la gallina que daba sabor a la sopa del rey, dos azumbres de vino y
dos libras de manteca); el cocinero de
servilleta, que recibía las vituallas ya guisadas y las distribuía en
platos a otros ayudantes, los portaplatos,
que los llevaban a la mesa; los cocineros
de segunda; los galopines, que
limpiaban la cocina y desplumaban a las aves; los pasteleros; los aguadores;
los triperos, que limpiaban las
reses; los especieros; los potajeros; los bujieros, cuya responsabilidad eran las ensaladas, harinas,
cacerolas, leña, carbón y utensilios de limpieza; los porteros de cocina, que cerraban el paso a los intrusos; dos cerveceros; un sumiller de panadería, que cuidaba de la mantelería, de los
cubiertos de plata y de entregar el trigo al panadero; un sumiller de cava, que servía
el vino al rey; un sausier, que
servía los guisos y proporcionaba el vinagre; el frutier, que compraba,
custodiaba y servía la fruta; un ujier de
sala de vianda, que distribuía a los sirvientes; un valet servant, que cuidaba de los cubiertos y servía el pan; un trinchante, que presentaba los manjares
al rey; un maestro de cámara, que
pagaba los gastos de mercado y a la servidumbre; y un grefier, que era algo así
como el jefe de personal. A todo ello, había que añadir las lavanderas de boca y las lavanderas del Estado, que lavaban las
ropas del servicio real y los oficios de mesa; los tapiceros; y el furrier,
que colocaba sobre la mesa un dosel y distribuía aparadores. El protocolo
señalaba que fuesen escoltados por la guardia real en riguroso orden y
disposición los servidores de mesa: unos con las copas, otros con las
vinagreras, otros con los saleros, otros con los cubiertos, el pan, el vino, el
agua, etcétera. De entre aquella procesión de sirvientes, había uno de ellos
que su misión consistía en portar el palillo mondadientes para que el rey
aliviase su dentadura. Enrique Fraguas termina escribiendo: “Todo dispuesto ya,
salía el rey de su cámara acompañado por el mayordomo
de semana con el bastón de mando y el ujier
de sala, quién, con una varita de ébano rematada en una corona de oro,
golpeaba en determinadas puertas, convocaba en alta voz: ‘¡A la vianda,
caballeros!’... Se comprende que el rey prefiriese comer en privado, a solas,
ya que si el rey quería algo tan simple como un sorbo de vino, tenía que hacer
una seña al copero. El copero tomaba
la copa que había sobre la mesa, la llevaba hasta el aparador, se la entregaba
al sumiller de cava para que la
llenase de vino, la tapaba con una servilleta, se la entregaba al médico del
rey para que éste determinase si el vino estaba en buenas condiciones. Una vez
dada su aprobación, se tapaba de nuevo la copa y se llevaba hasta el rey con
escolta de maceros al mando del ujier de
sala, que, rodilla en tierra se la daba al rey poniéndole una patena debajo
de la copa mientras bebía. Después, el rey devolvía la copa, no al ujier sino
al copero. Y no podía seguir comiendo hasta que el panetier, con una servilleta, le limpiaba los labios”.
viernes, 24 de noviembre de 2017
Odiosas visitas

miércoles, 22 de noviembre de 2017
Busilis y tuntún
Busilis en el
lenguaje coloquial equivale al punto en el que estriba la dificultad de un
asunto. Por eso, dar en el busilis equivale
a decir dar en el quid. Procede del latín in
diebus illis (“en aquellos días”,
mal separado por un ignorante). Se nombra en la leyenda de Gustavo A. Bécquer Maese
Pérez el organista en un momento dado:
“Al año siguiente, la iglesia volvió a llenarse. El organista envidioso iba a
sustituir al bueno de Maese Pérez. Tocaba ‘con una gravedad tan afectada como
ridícula’ y el populacho irrumpió con sus zampoñas, gaitas, sonajas y panderos
para tapar sus notas, pero enmudecieron al oír ‘cantos celestes como los que
acarician los oídos en los momentos de éxtasis’. Las cien voces del órgano
sonaban ‘con más pujanza, con más misteriosa poesía, con más fantástico color
que lo habían expresado nunca’. Estaba claro que no había sido el organista
malencarado. ‘Sospecho que aquí hay busilis’, comentó una vecina”. Aquella
leyenda apareció por primera vez en la sección “Variedades” de El
Contemporáneo el 27 y 29 de diciembre de 1861. El órgano de Santa Inés, por
el que la Junta
de Andalucía pide ahora una tremenda multa a las monjas clarisas por haberlo
arreglado sin permiso, fue regalado por su padre a una monja de clausura en el
siglo XVIII. Posiblemente, Bécquer visitase ese convento durante su estancia
juvenil; y puede que, también, durante su vuelta relámpago a Sevilla, en los años 60 del siglo XIX, años después de la publicación de su famosa leyenda. Meses antes
de esa publicación, Bécquer se había casado (19 de mayo) en la iglesia
madrileña de San Sebastián y vivía con Casta
Esteban en la calle del Baño, número 19.Allí vivieron 6 años, antes de
separarse en Noviercas. En la leyenda Maese
Pérez el organista se dice la palabra bulisis
muchas veces, hasta en el párrafo final: “¡No
os lo dije yo una y mil veces, mi señora doña Baltasara, no os lo dije yo!...
¡Aquí hay busilis! Oídlo; ¡qué!, ¿no estuvisteis anoche en la Misa del Gallo? Pero, en fin,
ya sabréis lo que pasó. En toda Sevilla no se habla de otra cosa... El señor
arzobispo está hecho y con razón una furia... Haber dejado de asistir a Santa
Inés; no haber podido presenciar el portento... y ¿para qué?, para oír una
cencerrada; porque personas que lo oyeron dicen que lo que hizo el dichoso
organista de San Bartolomé en la catedral no fue otra cosa... —Si lo decía yo.
Eso no puede haberlo tocado el bisojo, mentira... aquí hay busilis, y el
busilis era, en efecto, el alma de maese Pérez”. Queda claro que el busilis, en este caso, hacía referencia al alma del
organista. Con la expresión busilis pasó
algo parecido que con otra frase: Vultus ad vultum tuum (“mirándote cara a cara”). Al pueblo llano, oyendo al coro de monjes entonar esas
extrañas palabras en la solemnidad de las celebraciones religiosas, le sonaron
a “al buen tuntún” referido a “sin
cálculo, sin reflexión o sin conocimiento de un asunto concreto” y
empezaron a utilizarlas en el lenguaje coloquial. Naturalmente, en ocasiones
que no tienen relación alguna con aquélla para la que fueron escritas, o sea.
martes, 21 de noviembre de 2017
La náusea sartreana

sábado, 18 de noviembre de 2017
A propósito de la sequía
La desesperante sequía que sufre España es cíclica, como lo
fueron las tremendas riadas antes de que los embalses realizados durante la Segunda República
y el franquismo, hoy casi vacíos, domeñasen esos desastres naturales. Hay constancia escrita, por ejemplo, de las
riadas de 1845 y 1880 en la cuenca del río Jalón, afluente del Ebro a su paso
por la localidad de Ateca (Francisco
Martínez García. “Ateca, entre 1800 y
1975”.
Cuadernos de Aragón, núm. 47. Institución “Fernando el Católico”. Diputación
Provincial de Zaragoza). En su apartado “Las
riadas del Jalón y del Manubles” (pág. 57) se cuenta lo siguiente: “La
noche del 23 de septiembre de 1895 los dos ríos que atraviesan Ateca venían muy
crecidos e inundaron las calles bajas de la villa. En la madrugada del día 24
un tren salió de Zaragoza con ayuda para la localidad, subiendo a él el
gobernador civil y el obispo de Tarazona [Soldevila].
En Ateca les esperaba una comitiva compuesta por el diputado provincial, Ignacio Garchitorena, el alcalde Pascual Florén, su teniente de alcalde Luis Félez y el teniente de la Guardia Civil, Molina. Ateca quedó sin luz, el agua
destruyó todo lo que encontraba a su paso y murieron muchos animales
domésticos. Aquella noche se produjeron importantes daños en la fábrica de
alcoholes de Ibáñez, en las
producciones de Azpeitia y Hueso, en el café de la viuda de Montón y en la presa de san
Blas. Como el día 24 siguió lloviendo, el obispo Soldevila ofició una misa en
la parroquia de Santa María de Ateca y solicitó la intervención divina para
detener una catástrofe que causó numerosas pérdidas materiales”. Curiosamente, el
que llegase a ser cardenal y arzobispo de Zaragoza (al que el Ayuntamiento de Tudela le colocaría su
retrato con gran solemnidad dos años más tarde, el 29 de junio de 1897, para
testimoniar la gratitud de esa población
navarra por la campaña que éste realizó con motivo del proyecto de canalización
del Ebro, en momentos en que se temía que Tudela quedase sin regadío) fue asesinado en Zaragoza dentro de su coche,
con matrícula Z-135, el 4 de junio de 1923, cuando se detuvo frente a la reja
de la escuela-asilo de las hermanas de San Vicente de Paúl, en la calle
Terminillo, esperando para entrar. Francisco
Ascaso y Rafael Liberato
descargaron sus armas. Dejaron malheridos al chófer y al presbítero Luis Sastre, muriendo en el acto el
purpurado. Fue enterrado en la basílica del Pilar. Tres meses después se
pronunciaba Miguel Primo de Rivera
en Barcelona mediante un golpe de Estado, con la ayuda insensata de Alfonso XIII, la Iglesia Católica y buena parte
de la burguesía catalana, que siempre supieron nadar y guardar la ropa.
viernes, 17 de noviembre de 2017
Un banquete a lo grande (II)
Como decía en mi trabajo anterior, aquel banquete estuvo
presidido por el presidente de la
República, señor Loubet.
Constaba de lo siguiente:
Hors d’oeuvre
Darnes de saumon glaces Parisiense
Filet de boeuf en Bellavue
Pains de canetons de Rouen
Poulardes de Bresse
roties
Ballotines de faisans
Saint-Hubert
Salade Potel
Glaces succes Coudé
Dessert
Vins.
Preignac et
Saint-Julien en carrafes
Haut-Sauternes
Beaune Margaux J.
Calvet 1887
Champagne Montebello
Café
Rhum Saint-James
Liqueurs
Si les digo la verdad, ignoro si existe algo parecido en los
registros culinarios de que se tienen noticia.
Los materiales empleados fueron los siguientes: 2.400 kilos de filetes
de carne; 2.430 faisanes; 2.000 kilos de salmón; 1.200 litros de mayonesa;
60.000 panecillos; 1.000 kilos de uvas y 10.000 melocotones. Además de todo
ello, se hicieron 3.000
litros de café y se consumieron 50.000 botellas de vino.
La nómina del personal necesario en las cocinas, entre camareros, pinches,
fregadores de platos, etcétera, sumaron 4.866 operarios. Ignoro el número de
ramos de flores y banderitas necesarias para engalanar las mesas. La Exposición Universal de 1900
estuvo en activo entre el 15 de abril y el 12 de noviembre. Contó con una
superficie de 120
hectáreas, fue visitada por 50.860.801 personas,
participaron 58 países y su coste final fue de 18.746.186 dólares. La Estación de Orsay (hoy Museo de Orsay), el Puente de Alejandro III, el Petit Palais, el Grand
Palais (ambos construidos sobre el emplazamiento del Palacio de la
Industria, fruto de una exposición precedente y universal
de 1855) permanecen en la actualidad para orgullo de parisinos y admiración de
visitantes. La Exposición abarcó los Campos Elíseos, la Explanada de los
Inválidos, el Trocadero, Champs de Mars, al pié de la Torre Eiffel, con más
de 36 puertas de entrada La más importante ubicada en la Place de la Concorde, sobresaliendo
la figura alegórica de la “Ville de
Paris”, obra de Moreau-Vauthier.
Una estupenda manera de terminar el siglo XIX.
Un banquete a lo grande (I)
Se trata del banquete ofrecido por el Gobierno de Francia en 1900 a todos los alcaldes de
la República. Pese
a que todos ellos no pudieron asistir, los comensales pasaron de veintidós mil.
El encargado de la organización fue Bouvard,
que necesitó dieciocho días para poner
en marcha la comida en los jardines de las Tullerías, donde se instalaron las
necesarias carpas por la casa E.Cauvin
Yvose, tal y como lo describe Natalio
Rivas en su “Séptima parte del
Anecdotario Histórico Contemporáneo”. (Editora Nacional. Madrid, 1953,
pp.169 a 171). Para que podamos hacernos una idea del tamaño de aquellas
carpas, la mayor medía 521
metros de largo por 28’5 de ancho, y las cocinas medían 12.000 metros
cuadrados, con una superficie total de 4 hectáreas. Los detalles de cubertería, flores, sillas,
etcétera, corrieron a cargo de la empresa Potel
et Chabot. Aquel banquete estuvo presidido por el entonces séptimo
presidente durante la
Tercera República Francesa, Émile Loubet, elegido en
febrero de 1899, sustituyendo al anterior presidente, Félix Faure. Durante su mandato se produjo el famoso Caso Dreyfus. Como decía, también
asistieron al ágape todos los miembros del Gobierno, los presidentes de los
Cuerpos Legisladores y el comisario de la Exposición Universal de París.
Como dato significativo, en aquella Exposición
Universal, el catedrático de Física y sacerdote Eugenio Cuadrado Benéitez presentó su “excitador eléctrico
universal” que fue bautizado con el nombre de “La Centella”,
siendo galardonado con una Medalla de Oro. Aquel mecanismo permitía obtener Rayos Roentgen mediante energía
electrostática. Manuel Manzanas,
alistano de Trebazos, recordaba una curiosidad anecdótica: “Encontrándome en el
bar Ñicos, en Trebazos, aparece don Ramón Rodríguez, párroco de
Trabazos desde hace mas de cincuenta años y quien al comentarle el hallazgo, me
refiere haberlo vivido en primera persona, ofreciéndose a enseñármelo cuando
gustase, por existir un modelo en el museo del Seminario de Zamora. Me contó,
que en una ocasión la habían desarmado para cambiarla de lugar y que luego
habían tenido dificultades para volver a montarla y que consistía en un ‘disco
metálico, con unos pinchos’, que se accionaba con una manivela, que lo hacía
girar. Al girar, los ‘pinchos’ se frotaban sobre unas ‘escobillas’, de las que
salían dos cables, uno positivo y otro negativo, que conducían la electricidad,
que así se obtenía hasta unas botellas, que actuaban como baterías acumuladoras.
Los seminaristas utilizaban ‘La Centella’, para
darse, duchas eléctricas. Mojaban la superficie sobre la que colocaban los pies
y a las que se conectaba uno de los cables y sobre la cabeza había un
dispositivo, como la alcachofa de una ducha, con unos pinchos, al que iba
conectado el otro cable. Al accionar la manivela se producía la electricidad,
que en última instancia llegaba a la ducha, y que atravesaba al duchando,
entrando por la cabeza y produciendo una sensación de ‘culebrinas’, muy curiosa”.
En aquella Exposición Universal, a la que se entraba por la Torre Eiffel, tuvo como
comisario a Charles Adolph Alphande. En la mente de los franceses estaba una corrida de toros en el coso construido por Mariano Hernando de Larramendi, en el Campo
de Marte. Se había inaugurado años antes, el 20 de junio de 1889, con motivo de la anterior Exposición, donde
actuaron los maestros Antonio Carmona
''El Gordito'', Fernando Gómez ''El
Gallo'' y Juan Ruiz ''Lagartija''. Estuvo presente en aquella recordada corrida la ya exreina de España, Isabel II. La plaza desapareción pocos meses más tarde.
El Grand Prix de la Exposición de 1900 fue para la cervecera Heineken.
jueves, 16 de noviembre de 2017
Anson, injusto con Suárez
Me parece injusto el artículo de Luis María Anson de hoy en El
Mundo, cuando señala a los, según él, verdaderos artífices de la transición
en España. Y me parece injusto por defecto. Dice Anson que lo fueron “Juan Carlos I, que tenía la fuerza del
Ejército; el cardenal Tarancón, que
tenía la fuerza de la Iglesia;
Marcelino Camacho, que tenía la
fuerza obrera; Felipe González, que
tenía la fuerza de los votos. Fernández-Miranda,
Suárez, Gutiérrez Mellado, incluso Don
Juan de Borbón, fueron comparsas en aquella construcción que parecía
imposible”. A mi entender, Anson es injusto con la figura de Adolfo Suárez.
Como señalaba Bernardo Olabarría (ABC, 21/03/14), “su vida es una sucesión de
hitos políticos, de relaciones con personalidades de
todos los ámbitos. La vida de un hombre de Estado a ratos amargo, harto de
encajar golpes, algunos con una saña desmedida. Gobernó cuatro años y siete
meses, con cinco gabinetes distintos, diversas remodelaciones y un total de 58
ministros diferentes. Tuvo que
afrontar dos intentos de golpe de Estado —en noviembre de 1978, la
llamada ‘Operación Galaxia’, y el 23
de febrero de 1981, con el asalto al Congreso encabezado por el coronel Tejero—, en un momento en que la joven
y aún débil democracia parecía tambalearse”. Además de todo ello, puso en
marcha la maniobra más arriesgada: tuvo la valentía de legalizar el Partido
Comunista de España después de haber estado más de 40 años proscrito. Aquel
Sábado de Gloria, 9 de abril de 1977, España por fin se equiparaba a las
democracias europeas. Por eso digo que Ansón no es justo con la memoria de
Adolfo Suárez. Para mí no fue comparsa de la Transición sino el cigüeñal
de aquel motor varias veces a punto de griparse. Y los españoles lo saben.
El becerro de los huevos de oro
Lo de la
Iglesia (que dicen que “somos todos” pero está dominada por
unos pocos) es de libro. Un ejemplo: la Colegiata de Santa María, de Calatayud.
Necesitaba arreglos. Se hicieron. El Ministerio de Fomento, el Ayuntamiento de
Calatayud y el Obispado de Tarazona firmaron en septiembre de 2016 un convenio
para profundizar en su rehabilitación, con un
presupuesto del Estado y una aportación municipal. La idea era que se
pudiese abrir al culto y a las visitas guiadas en 2019. En el documento en su
día firmado por la
Secretaría de Estado de Infraestructuras, el Estado se
comprometía a invertir 2.181.450 millones de euros en varias fases, el
Ayuntamiento de Calatayud ayudaría con otros 900.000 euros y el Obispado de
Tarazona añadiría una aportación que desconozco. En su día, me refiero al año
pasado, dijo el alcalde Aranda que
esas reformas de la Colegiata
iban a ser “un revulsivo para el turismo”. No sé. Revulsivo, como adjetivo,
significa que produce un cambio importante, generalmente favorable. Pero la RAE también reconoce dos
acepciones de ese término, relacionadas con la Medicina. Y como el alcalde
Aranda es médico, será necesario tocar madera. Un fármaco revulsivo es el que
induce la revulsión, es decir, una inflamación de las mucosas como mecanismo
curativo; verbigracia: las sustancias purgantes y las que producen vómitos. Y
en el lenguaje coloquial, se utiliza como aquello que está en condiciones de
modificar algo. Pero revulsivo, también, puede referirse a algo que modifica
las condiciones existentes. Y ahí voy. En efecto. Esas condiciones existentes
ya se han modificado. De momento, la Iglesia Católica acaba de
inscribir la Colegiata
de Santa María como de su propiedad. Consta la inscribió en el Registro de la Propiedad de Calatayud
en 2015. Se ha sabido dos años después, o sea, ahora, lo que parece un
despropósito. Concretamente, fue el 26 de marzo de 2015 cuando el Obispado de
Tarazona hizo esa solicitud en el Registro de la Propiedad de la Colegiata, incluida en
la lista del Patrimonio mundial de la UNESCO.
Se acreditó mediante un certificado que la Colegiata estaba
dedicada al culto católico desde hacía más de ocho siglos. Finalmente quedó
inscrita en el Registro con un ridículo valor catastral de 460.628’43 euros,
con una certificación de superficie de parcela de 2.986 metros cuadrados, y unas dependencias construidas que añaden 6.502,7 metros cuadrados. Para
facilitarle al Ayuntamiento la captación de fondos públicos con los que
restaurar la Colegiata,
el Obispado le había otorgado en diciembre de 2014 una cesión de uso cultural
con ciertas condiciones. En resumidas cuentas: el Estado y el Municipio pagan
los necesarios arreglos, la Iglesia Católica
la inscribe posteriormente como propiedad suya; y ahora, ¿qué pasará? Pues,
sencillamente, que unos espabilados funcionarios del Cielo, adoradores del
becerro de los huevos de oro, que son más gordos que los del caballo de Espartero en el Espolón de Logroño,
cobrarán la entrada al ciudadano que desee visitar la Colegiata de Calatayud,
como viene sucediendo vergonzosamente en La Seo zaragozana y en todas las catedrales de
España.
martes, 14 de noviembre de 2017
Para inventos, los del 'TBO'

lunes, 13 de noviembre de 2017
Aclarado queda
Existe en Sevilla una polémica en torno la actuación de las
monjas franciscanas clarisas de Santa Inés y la Junta de Andalucía con
motivo de la restauración del órgano de su capilla. La Junta de Andalucía sostiene
que las monjas han vulnerado la
Ley 14/2007, de 26 de noviembre, del Patrimonio Histórico de
Andalucía, en relación con las actuaciones llevadas a cabo en el órgano del
coro bajo de la Iglesia
del Convento y sostiene que la intervención en dicho bien está sometida al
régimen de autorización previa por parte de la Administración
competente en materia de patrimonio histórico ya que el órgano pertenece al
convento de Santa Inés, fundado en 1374 por María Coronel y declarado Bien de Interés Cultural y Monumento
Histórico-Artístico en 1983. En este sentido, El Correo de Andalucía nos pone en antecedentes: “El 11 de enero de
este año la Fundación Alqvimia Musicae, que para entonces tenía poco
más de un año de vida, pues el próximo mes de diciembre cumplirá su segundo
aniversario, inició un proyecto para restaurar el órgano del convento de Santa
Inés que inspiró a Gustavo Adolfo
Bécquer su leyenda ‘Maese Pérez el
organista’. Ante su grave deterioro, la priora de esta comunidad de monjas
de clausura, Rebeca Cervantes, autorizó al frente de los trabajos al músico Abraham Martínez, fundador de Alqvimia. El órgano de Santa Inés se
desmontó y se desplazó el mismo 11 de enero al taller de restauración de Jorge Anillo en Alcalá del Río
(Sevilla). Alqvimia anunció a los
medios que se haría cargo del 75% del importe total de la intervención y que
ésta quedaría a cargo de un equipo de especialistas bajo la dirección de Abraham
Martínez, que había trabajado para la diócesis de Sevilla y la Catedral de Jerez así
como en la restauración en 2011 del órgano de la parroquia de Alcalá del Río”.
En consecuencia, la Junta
de Andalucía ha iniciado los trámites de un expediente sancionador a las monjas
responsables del Convento de Santa Inés, donde se estima una sanción de 20.000
euros por el traslado el órgano al taller de restauración de Jorge Anillo y de
150.000 por llevar a cabo la restauración integral del órgano y de todos sus
elementos sonoros y mecánicos sin la autorización previa. La Ley de Patrimonio Histórico de
Andalucía, en su artículo 145.1 establece que “las personas propietarias,
titulares de derechos o simples poseedoras de bienes inscritos en el Catálogo
General del Patrimonio Histórico Andaluz, además de las obligaciones
establecidas en otros preceptos, deberán, antes de efectuar cualquier cambio de
ubicación de dichos bienes, notificarlo a la Consejería competente
en materia de patrimonio histórico” (en este caso a la Delegación Territorial
de Cultura, Turismo y Deporte de la
Junta). Sólo se exceptúa de esta obligación el cambio de
ubicación dentro del mismo inmueble en el que esté el bien”. Del mismo modo, el
artículo 45.1 establece que “los bienes muebles inscritos en el Catálogo
General del Patrimonio Histórico como Bien de Interés Cultural no podrán ser
sometidos a tratamiento alguno sin autorización expresa de la Consejería competente
en materia de patrimonio histórico”. Aclarado queda.
sábado, 11 de noviembre de 2017
Señoritos
Hoy me ha hecho gracia, que no está mal para arreglar el día
de san Martín de Tours, Antonio Burgos con su artículo “La
plaza de señorito” en la edición sevillana de ABC. Y sobre el conjunto de su exposición periodística, casi
siempre sagaz, resalto dos cosas: una, el viejo dicho: “Señores de Sevilla,
señoritos de Jerez y gente de Cádiz”. No sé qué serán los de Córdoba, tan sieso maníos para los sevillanos; y dos,
lo que le decía Fermín Bohórquez
Escribano: “¿Señoritos en El Lebrero?”. “¡Tós tiesos, Antonio, tós tiesos!”.
Pues sí, la verdad. Aquí estamos todos más tiesos que la mojama. Mucho visón y
poco jamón. Por estos pagos carpetovetónicos ya nos clarea la raspa y parece
como si se nos saliese del cuello el corbatín. Somos como antiguos maestros de
escuela, que sabían lo que eran la bisectriz y la hipotenusa pero desconocían
el agradable olor de un contundente cocido madrileño. Ya sabemos todos de qué
pie cojeamos. De nada sirve que salgamos a la puerta del bar con un gin- tonic en copa de balón, encanijada chaqueta de
mil rayas, desmayado pañuelo en el bolsillo superior, mocasines sin calcetines y
peinados con mucha gomina, dispuestos a encender un cigarrillo y hacer
saludines. Ni que sea el sevillano barrio de Los Remedios ni que sea El Tubo, de Zaragoza. Ya digo, todos más tiesos que la mojama, como
aquella mojama que ofrecía en Sevilla al detall un hombre magro frente al bar Iruña, en la calle San Eloy, a
principios de los 70, cuando yo me buscaba la vida en el Sur. Todo tiende a la
estratificación, también los recuerdos.
viernes, 10 de noviembre de 2017
Escritores anestésicos

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