Me parece injusto el artículo de Luis María Anson de hoy en El
Mundo, cuando señala a los, según él, verdaderos artífices de la transición
en España. Y me parece injusto por defecto. Dice Anson que lo fueron “Juan Carlos I, que tenía la fuerza del
Ejército; el cardenal Tarancón, que
tenía la fuerza de la Iglesia;
Marcelino Camacho, que tenía la
fuerza obrera; Felipe González, que
tenía la fuerza de los votos. Fernández-Miranda,
Suárez, Gutiérrez Mellado, incluso Don
Juan de Borbón, fueron comparsas en aquella construcción que parecía
imposible”. A mi entender, Anson es injusto con la figura de Adolfo Suárez.
Como señalaba Bernardo Olabarría (ABC, 21/03/14), “su vida es una sucesión de
hitos políticos, de relaciones con personalidades de
todos los ámbitos. La vida de un hombre de Estado a ratos amargo, harto de
encajar golpes, algunos con una saña desmedida. Gobernó cuatro años y siete
meses, con cinco gabinetes distintos, diversas remodelaciones y un total de 58
ministros diferentes. Tuvo que
afrontar dos intentos de golpe de Estado —en noviembre de 1978, la
llamada ‘Operación Galaxia’, y el 23
de febrero de 1981, con el asalto al Congreso encabezado por el coronel Tejero—, en un momento en que la joven
y aún débil democracia parecía tambalearse”. Además de todo ello, puso en
marcha la maniobra más arriesgada: tuvo la valentía de legalizar el Partido
Comunista de España después de haber estado más de 40 años proscrito. Aquel
Sábado de Gloria, 9 de abril de 1977, España por fin se equiparaba a las
democracias europeas. Por eso digo que Ansón no es justo con la memoria de
Adolfo Suárez. Para mí no fue comparsa de la Transición sino el cigüeñal
de aquel motor varias veces a punto de griparse. Y los españoles lo saben.
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