sábado, 18 de noviembre de 2017

A propósito de la sequía





La desesperante sequía que sufre España es cíclica, como lo fueron las tremendas riadas antes de que los embalses realizados durante la Segunda República y el franquismo, hoy casi vacíos, domeñasen esos desastres naturales.  Hay constancia escrita, por ejemplo, de las riadas de 1845 y 1880 en la cuenca del río Jalón, afluente del Ebro a su paso por la localidad de Ateca (Francisco Martínez García. “Ateca, entre 1800 y 1975”. Cuadernos de Aragón, núm. 47. Institución “Fernando el Católico”. Diputación Provincial de Zaragoza). En su apartado “Las riadas del Jalón y del Manubles” (pág. 57) se cuenta lo siguiente: “La noche del 23 de septiembre de 1895 los dos ríos que atraviesan Ateca venían muy crecidos e inundaron las calles bajas de la villa. En la madrugada del día 24 un tren salió de Zaragoza con ayuda para la localidad, subiendo a él el gobernador civil y el obispo de Tarazona [Soldevila]. En Ateca les esperaba una comitiva compuesta por el diputado provincial, Ignacio Garchitorena, el alcalde Pascual Florén, su teniente de alcalde Luis Félez y el teniente de la Guardia Civil, Molina. Ateca quedó sin luz, el agua destruyó todo lo que encontraba a su paso y murieron muchos animales domésticos. Aquella noche se produjeron importantes daños en la fábrica de alcoholes de Ibáñez, en las producciones de Azpeitia y Hueso, en el café de la viuda de Montón y en la presa de san Blas. Como el día 24 siguió lloviendo, el obispo Soldevila ofició una misa en la parroquia de Santa María de Ateca y solicitó la intervención divina para detener una catástrofe que causó numerosas pérdidas materiales”. Curiosamente, el que llegase a ser cardenal y arzobispo de Zaragoza (al que el Ayuntamiento de Tudela le colocaría su retrato con gran solemnidad dos años más tarde, el 29 de junio de 1897, para testimoniar la gratitud de esa  población navarra por la campaña que éste realizó con motivo del proyecto de canalización del Ebro, en momentos en que se temía que Tudela quedase sin regadío)  fue asesinado en Zaragoza dentro de su coche, con matrícula Z-135, el 4 de junio de 1923, cuando se detuvo frente a la reja de la escuela-asilo de las hermanas de San Vicente de Paúl, en la calle Terminillo, esperando para entrar. Francisco Ascaso y Rafael Liberato descargaron sus armas. Dejaron malheridos al chófer y al presbítero Luis Sastre, muriendo en el acto el purpurado. Fue enterrado en la basílica del Pilar. Tres meses después se pronunciaba Miguel Primo de Rivera en Barcelona mediante un golpe de Estado, con la ayuda insensata de Alfonso XIII, la Iglesia Católica y buena parte de la burguesía catalana, que siempre supieron nadar y guardar la ropa.

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