En su ensayo El
conde-duque de Olivares, Gregorio
Marañón hace una perfecta descripción biográfica del Valido de Felipe IV, Gaspar de Guzmán y Pimentel. Pero, además de ello, Marañón
aprovecha para diseccionar a ese monarca de la Casa de Austria. Enrique Fraguas (Historia 16,
año II, núm. 13, pp 125 a
127) hace referencia a los ayunos y hartazgos de ese rey de España. Cuenta Fraguas que la mayor parte de los días del
año, el rey comía solo en su cuarto, la reina, en el suyo y los infantes en
cada uno de ellos. Por regla general, los hombres comían sentados en una silla
ante la mesa; y las mujeres, incluida la reina, sentadas de cuclillas sobre
cojines en el suelo y con la comida sobre una bandeja. Las veces que el rey
comía en público se convertía la comida real en una auténtica batalla
convencional palatina. Se ponía en movimiento: el mayordomo de semana; el ujier
de sala; dos docenas de compradores al mando de un comprador en jefe; varios guardamanjares;
un escudero de cocina; el cocinero mayor ( que cobraba 48.000
maravedíes al año y una paga extraordinaria por cada comida especial y en
público que se celebrase en palacio. No pagaba ni casa, ni médico, ni botica,
ni leña. Además de ello, recibía diariamente un pan de dos libras, un cuarto de
carnero, la gallina que daba sabor a la sopa del rey, dos azumbres de vino y
dos libras de manteca); el cocinero de
servilleta, que recibía las vituallas ya guisadas y las distribuía en
platos a otros ayudantes, los portaplatos,
que los llevaban a la mesa; los cocineros
de segunda; los galopines, que
limpiaban la cocina y desplumaban a las aves; los pasteleros; los aguadores;
los triperos, que limpiaban las
reses; los especieros; los potajeros; los bujieros, cuya responsabilidad eran las ensaladas, harinas,
cacerolas, leña, carbón y utensilios de limpieza; los porteros de cocina, que cerraban el paso a los intrusos; dos cerveceros; un sumiller de panadería, que cuidaba de la mantelería, de los
cubiertos de plata y de entregar el trigo al panadero; un sumiller de cava, que servía
el vino al rey; un sausier, que
servía los guisos y proporcionaba el vinagre; el frutier, que compraba,
custodiaba y servía la fruta; un ujier de
sala de vianda, que distribuía a los sirvientes; un valet servant, que cuidaba de los cubiertos y servía el pan; un trinchante, que presentaba los manjares
al rey; un maestro de cámara, que
pagaba los gastos de mercado y a la servidumbre; y un grefier, que era algo así
como el jefe de personal. A todo ello, había que añadir las lavanderas de boca y las lavanderas del Estado, que lavaban las
ropas del servicio real y los oficios de mesa; los tapiceros; y el furrier,
que colocaba sobre la mesa un dosel y distribuía aparadores. El protocolo
señalaba que fuesen escoltados por la guardia real en riguroso orden y
disposición los servidores de mesa: unos con las copas, otros con las
vinagreras, otros con los saleros, otros con los cubiertos, el pan, el vino, el
agua, etcétera. De entre aquella procesión de sirvientes, había uno de ellos
que su misión consistía en portar el palillo mondadientes para que el rey
aliviase su dentadura. Enrique Fraguas termina escribiendo: “Todo dispuesto ya,
salía el rey de su cámara acompañado por el mayordomo
de semana con el bastón de mando y el ujier
de sala, quién, con una varita de ébano rematada en una corona de oro,
golpeaba en determinadas puertas, convocaba en alta voz: ‘¡A la vianda,
caballeros!’... Se comprende que el rey prefiriese comer en privado, a solas,
ya que si el rey quería algo tan simple como un sorbo de vino, tenía que hacer
una seña al copero. El copero tomaba
la copa que había sobre la mesa, la llevaba hasta el aparador, se la entregaba
al sumiller de cava para que la
llenase de vino, la tapaba con una servilleta, se la entregaba al médico del
rey para que éste determinase si el vino estaba en buenas condiciones. Una vez
dada su aprobación, se tapaba de nuevo la copa y se llevaba hasta el rey con
escolta de maceros al mando del ujier de
sala, que, rodilla en tierra se la daba al rey poniéndole una patena debajo
de la copa mientras bebía. Después, el rey devolvía la copa, no al ujier sino
al copero. Y no podía seguir comiendo hasta que el panetier, con una servilleta, le limpiaba los labios”.
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