jueves, 9 de noviembre de 2017

Odio el "fast food"




Con la que está cayendo aquí, en Carpetovetonia, a algunos sansirolés les preocupa cuál es el orden correcto de colocación de los ingredientes en la hamburguesa, o sea, si el queso va encima de la carne, o si la lechuga va debajo, o si el pepinillo debe ir cruzado como si se tratase de la banda del Carlos III. No sabía yo que existiesen protocolos en eso de hincarle el diente al fast food. En lo que a mí respecta, tanto da que se ponga el relleno del bocadillo de una manera o de otra. A mí me sucede que  siempre pongo en el interior del redondo panecillo el ketchup y la mostaza y, de inmediato, todos los ingredientes comienzan a resbalar por debajo de forma escandalosa. De nada sirve que baje el dedo meñique en un intento vano de poner freno a esa catarata resbaladiza. Pero lo peor de todo es que, si miro a los vecinos de mesa, compruebo que a ellos no se les cae nada. Su pericia para manejar la hamburguesa es manifiesta. La envidio. Entonces caigo en la cuenta de que soy un negado para el fast food del mismo modo que lo soy para tocar el pífano o aprender ruso. A mí lo que me gusta es sentarme a una mesa con mantel, a ser posible blanco, cuchillo y tenedor frente a un buen entrecot de ternera, o con cuchara en mano si lo que toca meter a la andorga  una contundente fabada asturiana o una sopa de cocido bien lograda. O como decía aquella canción de Golden Apple Quartet: “Solomillo asado con patatas fritas, sesos huecos, hígado, liebre, chateaubriand. Pollo asao, asao, asao, asao, con ensalada..., etcétera.”. Fueron los inmigrantes alemanes de finales del siglo XIX quienes introdujeron en los Estados Unidos el plato llamado “filete estadounidense al estilo Hamburgo”. Aunque los inventores de la hamburguesa no fueron ellos, puesto que ya cocinaba en antigua Roma. Existen documentos del siglo I en los que se hace referencia a una receta realizada con carne de vacuno picada, pan, pimienta, piñones y un poco de vino blanco a la que los romanos denominaban “isicia omentata”, que se hizo muy popular en las legiones ya que podía transportarse de forma fácil durante sus desplazamientos por el Imperio.

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