Con la que está cayendo aquí, en Carpetovetonia, a algunos sansirolés les preocupa
cuál es el orden correcto de colocación de los ingredientes en la hamburguesa,
o sea, si el queso va encima de la carne, o si la lechuga va debajo, o si el
pepinillo debe ir cruzado como si se tratase de la banda del Carlos III. No sabía yo que existiesen
protocolos en eso de hincarle el diente al fast
food. En lo que a mí respecta, tanto da que se ponga el relleno del
bocadillo de una manera o de otra. A mí me sucede que siempre pongo en el interior del redondo
panecillo el ketchup y la mostaza y,
de inmediato, todos los ingredientes comienzan a resbalar por debajo de forma
escandalosa. De nada sirve que baje el dedo meñique en un intento vano de poner
freno a esa catarata resbaladiza. Pero lo peor de todo es que, si miro a los
vecinos de mesa, compruebo que a ellos no se les cae nada. Su pericia para
manejar la hamburguesa es manifiesta. La envidio. Entonces caigo en la cuenta
de que soy un negado para el fast food del mismo modo que lo soy
para tocar el pífano o aprender ruso. A mí lo que me gusta es sentarme a una
mesa con mantel, a ser posible blanco, cuchillo y tenedor frente a un buen
entrecot de ternera, o con cuchara en mano si lo que toca meter a la andorga una contundente fabada asturiana o una sopa
de cocido bien lograda. O como decía aquella canción de Golden Apple Quartet: “Solomillo asado con patatas fritas, sesos
huecos, hígado, liebre, chateaubriand.
Pollo asao, asao, asao, asao, con ensalada..., etcétera.”. Fueron
los inmigrantes alemanes de finales del siglo XIX quienes introdujeron en los
Estados Unidos el plato llamado “filete
estadounidense al estilo Hamburgo”. Aunque los inventores de la hamburguesa
no fueron ellos, puesto que ya cocinaba en antigua Roma.
Existen documentos del siglo I en los que se hace referencia a una receta
realizada con carne de vacuno picada, pan, pimienta, piñones y un poco de vino
blanco a la que los romanos denominaban “isicia
omentata”, que se hizo muy popular en las legiones ya que podía transportarse
de forma fácil durante sus desplazamientos por el Imperio.
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