Al precio que va la electricidad, el encarecimiento de la
cesta de la compra y los bajos sueldos y pensiones, pronto volveremos los
españoles a la fresquera vacía, a la tortilla de patatas sin huevos ni patata y
a la sopa de pan rallado. Cierto que en muchas zonas alejadas del mar el
consumo de pescado era muy bajo, pero se podía uno permitir el lujo de adquirir
en la tienda de barrio a un coste asequible abadejo, congrio secado al sol en
forma de reja, sardinas en salazón y, aunque sólo para algunas ocasiones, carabineros
para alegrar un arroz en paella con algo de fundamento lo que, hasta entonces,
sólo era un “arroz a la zamorana”, es
decir, arroz hervido, al que se le añadía colorante amarillo, trozos de verdura
suelta, alguna oliva, huevo duro y trocitos de un infame chorizo. Era la época
del TBO y de las viñetas de Carpanta, siempre soñando con un pollo
asado que nunca se podía comer. Menos mal que el pan era asequible. ¿Quién no
se acuerda de las sardinas en rabales de madera circulares puestas aplastadas
formando radios? Era la estampa típica en todas las puertas de las tiendas de
ultramarinos de los pueblos. Hoy los carabineros y el bacalao seco han
alcanzado precios de escándalo. Y pronto sucederá lo mismo con las sardinas, si
tenemos en cuenta que la UE
baraja limitar su pesca por calendario o zona, como consecuencia del cambio
climático y del exceso de capturas en los caladeros del Atlántico Norte,
durante los próximos 15 años. En resumidas cuentas, llegará un día cercano en
el que comer media docena de sardinas a la brasa en un chiringuito playero será
un lujo inasumible para muchas familias veraneantes. Nunca se vendieron tantos
libros de cocina ni pudimos ver en las televisiones tantos programas culinarios
como ahora. Digo más, como la primera industria de nuestro país es el turismo,
la hostelería se ha convertido en el sector que más empleos demanda, aunque muy
mal retribuidos, y ser cocinero se está convirtiendo en el oficio más valorado.
Es la paradoja, cuando gran parte de la población española está volviendo a la
comida de supervivencia. Se vuelve a la vieja norma de “hervir mucho y freír
poco”, como consecuencia del encarecimiento del aceite de oliva. Y no sé cómo
terminaremos. Mejor con algo leído hace
ya 4 años en La Vanguardia (Raquel Querart y Lorena Ferro, 4/03/13): “Ignacio
Doménech ha vuelto a reeditar la “Cocina
de recursos” (Trea) después de 70 años cuando, a falta de huevos, su autor
proponía hacer tortillas a base de harina, bicarbonato y agua. En el colmo del ingenio,
el cocinero ideó la que bautizó como “Tortilla
de guerra con patatas simuladas”, un plato en el que el huevo quedaba
sustituido por la pasta citada anteriormente y en el que el tubérculo era
suplantado por la parte blanca de la piel de la naranja”.
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