Hace tiempo que decidí poner en casa sillas con base de
madera para que las visitas inesperadas se marchasen pronto. No hay cosa peor
que tener que soportar una visita que ni esperas ni te agrada y con la que no
sabes de qué hablar. De repente te cuentan cosas que ya ni recuerdas, o te
describen la enfermedad de un pariente con la precisión del doctor Marañón. Escuchas sin prestar
atención, como el que oye llover. No sé por qué razón, esas visitas inesperadas
sólo saben hablar de enfermedades y de pisos. Han visitado todas las ofertas en
urbanizaciones, se saben de memoria dónde están los cuartos de baño, los
equipamientos de las cocinas, si son grandes o pequeñas... Y cuando terminan
con los apartados de enfermedades propias o ajenas y de hablar de los últimos
pisos visitados, aparece el tema de la política. No sé la razón, pero enseguida
señalan lo exiguo de sus pensiones "por culpa del Gobierno". Ninguno reflexiona
sobre lo poco que cotizaron durante su vida laboral. El colmo de mi desesperación
aparece cuando comentan lo bien que ejercían sus respectivos cargos Esperanza Aguirre, en la Comunidad de Madrid, y Rita Barberá en la Alcaldía de Valencia. Llegados
a ese punto, ya no sé si echarles sal en el café o salir de casa con la excusa
de comprar tabaco y regresar con un ramillete de petardos. He llegado al
convencimiento de que las sillas con base de dura madera no son disuasorias.
Algunas visitas parece que tuviesen el culo de fakir. La próxima vez probaré
con bombas fétidas, con el huevo perforado dentro de una caja de zapatos, o con
el frasco con cabezas de cerillas y amoniaco, a fin de lograr
sulfuro de amonio. Si aún así no se marchan, ¡mátame, camión! Las visitas
inesperadas de personas con las que no tengo relación de amistad son como la
entrada de avispas por la ventana y tan absurdas como la persecución a
indigentes por parte del cobrador de frac.
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