miércoles, 1 de enero de 2020

Elogio del anís "La toledana"



Sobre el anís se han escrito muchas páginas, aunque no las suficientes. De Cela tengo recogidos dos elogios, en su ventana “El color de la mañana” en ABC, y con menos de un mes de diferencia entre ellos. En el primero, “Iniciación del arte de beber anís” (ABC, domingo, 15/01/95) señalaba que “beber anís no es fácil, se requiere un paladar, si de ida, virgen y, si de vuelta, culto; una lengua chascadora; una mirada enternecida por la nostalgia o el rijo; y un  dedo meñique siempre dispuesto a dispararse al tacto de la copa…”. En otro artículo, como decía, “Vida y muerte del ojén”, (ABC, sábado, 11/02/95)  hacía referencia a “aquel anís benemérito que no debiera haber muerto nunca”. Años antes, también  Xavier Domingo (Cambio 16, 15/02/82), y bajo el lacónico título “El anís”, señalaba: “Cada anís tiene su secreto, acentúa un sabor particular, insiste en el aroma de una hierba distinta y sólo el gran iniciado sabe distinguir si entra más hinojo que ajenjo o más regaliz que anís estrellado. Plantas virtuosas, vegetales con potencia medicinal, hierbas de camino, que un sabio tiraba y otro recogía”. Estos días festivos ha tomado alguna copa de anís y he recordado cuando, de niño, los músicos madrugadores tocaban el día de san Isidro una diana floreada en la entrada de la casa de mis padres, también en las casas de otros vecinos, todos ellos empleados en la misma factoría. La costumbre era, en reconocimiento al trabajo de soplar el clarinete, la trompeta, la tuba, aporrear un bombo y hacer sonar los platillos, sacar unas rosquillas y unas copitas de anís La Toledana (que era el que disponía el economato de la fábrica) a modo de tentempié tempranero en una bandeja de alpaca. Los músicos, siempre agradecidos, nos deleitaban con algún pasacalle.

No hay comentarios: