Recuerdo cuando estudiaba dibujo lineal en
Bachillerato que uno de los “problemas” consistía en construir una
circunferencia a partir de tres puntos no alineados. Es lo que sucede en el
icono “La Trinidad”, de Andréi Rublev, donde los tres puntos
separados serían las cabezas de los tres ángeles y su centro para hincar el alfiler de la bigotera se encontraría en el fondo del cáliz posado sobre la mesa. En 1425, Rublev pintó el icono en memoria del santo
ruso Sergio, y se encuentra en
Moscú. A partir de entonces, se ha intentado entender el misterio de la Santísima Trinidad por medio del
cuadro, que es poco más o menos como pretender demostrar la cuadratura del
círculo. En ese icono se puede trazar, de igual manera, un triángulo equilátero
si se unen los dos extremos de la mesa con la cabeza del ángel central. Ese
icono, también llamado “La hospitalidad
de Abraham” representa a los tres espíritus celestes que visitaron al padre del judaísmo, Abraham, en el encinar de Mambré, o
Mamré, mientras que Sara se dedicaba a sus labores de ama de casa (según se describe en Génesis
18, 1-8), donde Yahvéh se le
apareció junto a la encina en el terebinto de Sikem, esa garganta estéril donde
David tomó en su día las cinco
piedras para combatir a Goliat, si hacemos caso al relato breve “Los caballos de Abdera”, de Leopoldo Lugones. Y en aquel lugar,
junto a la encina, Abraham recibió “de primera mano” la noticia de que la furia
de Dios iba a destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra a la caída de la tarde.
Y así aconteció, mientras Lot
permanecía sentado en la puerta de su casa a la espera de poder ver in situ como testigo de excepción los
tremendos acontecimientos. Luego llegaron otras interpretaciones de las figuras
del icono. Los tres ángeles representan a la Divinidad: el Hijo, en el
centro; el Padre, a la izquierda;el Espíritu Santo, a la derecha; el
rectángulo con las cuatro esquinas de la mesa representando el orden de la
creación del mundo; la encina de Mambré equivalente al árbol de la vida; en la
copa y de cuerpo presente el cordero que Abraham ofreció a los ángeles…, etcétera. Ya lo dijo Campoamor: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni
mentira: / todo es
según el color / del cristal con que se mira”.
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