lunes, 20 de enero de 2020

Conviene leer las etiquetas



Hoy necesitaba comprar unas cebollas de Fuentes de Ebro pasa hacer un lomo a la zaragozana al estilo de “La cocina completa”, de la bilbaína Marquesa de Parabere (María Mestayer Jaquet, que firmaba como Maritxu, que no sabía cocinar y que tampoco era marquesa. Había tomado el título nobiliario de una novela de Gabrielle Anne de Cisternes de Courtiras titulado “La Marquise de Parabère”, publicada en 1859).  Esas cebollas, como decía, tienen la virtud de que no pican en la lengua, son jugosas y saben dulce. Las ahora adquiridas, que rechacé de inmediato, iban envueltas en una malla y ya las había echado al carro del supermercado cuando decidí mirar su etiqueta.  Estaban estuchadas en Fuentes de Ebro pero procedían de Perú, como sucede con los espárragos y con los pimientos del piquillo si uno no está atento a la letra pequeña de las latas y de los frascos. Algo parecido acontece con la ropa. Posiblemente mi camisa esté confeccionada en China, el pantalón en Méjico,  la ropa interior en Vietnam o en Portugal,  mis calcetines en Villaconejos de Trabaque, en la provincia de Cuenca, y mis zapatos, en Tabuenca, cerca del Moncayo, lugar donde por los extensos eriales del Cerro del Calvario se pueden probar con éxito asegurado los zapatos Gorila con forros transpirables y de extraordinaria dureza. Día llegará, a no tardar, en el que las conocidas como “frutas de Aragón” (frutas confitadas, forradas de chocolate y envueltas en papel de celofán) procedan de la República Dominicana; los “adoquines de Calatayud”,  de Rumanía; y los guirlaches, de Uzerche, que para el que no lo sepa está en la región de Lemosín, en el departamento de Corrèze y en el distrito de Tulle.

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