Si algo odio es esa moda de los platos a compartir,
es decir, cuando en un banquete primero te ponen unos platos en el centro de la
mesa para que vayas picando y sólo tengas derecho a la elección del segundo,
que suele ser de carne o de pescado, sin que sepas a ciencia cierta si te darán
gato por liebre o acedía por lenguado. Si es de carne, más vale no decirle al
camarero que la prefieres muy hecha. Esa carne “muy hecha” estará más oxidada y
nutrirá menos por la conocida reacción de Maillard (donde las proteínas de la carne se combinan con los azucares hasta dar un
tono marrón produciendo acrilamidas). Anda, explícale eso al camarero que hace
tres meses estaba poniendo ladrillos caravista en una obra o vendiendo biblias
a domicilio. Eso,
dado el caso, significaría de forma expresa que has optado por masticar una
suela de zapato al hincarle el tenedor. Cuando se ponen platos a compartir
siempre llena más la andorga el comensal más caradura, o más tripero, el que se
come todo lo que está al alcance de su brazo y, más tarde, hasta te pide que le
pases parte de los que se encuentran en el otro lado de la mesa. Utilizan el
mismo sistema con las botellas de vino. No digamos nada si se trata de espumosos de Juve&Camps. Otra cosa que odio en los restaurantes poco
elegantes, sobre todo en los de carretera, es el tuteo de los camareros, la
forma poco ortodoxa de servir y recoger los platos, que pretendan hacerse los
graciosos o que vistan enteramente de negro, esa moda tan al uso, con camisa de
manga corta y enseñando tatuajes en los brazos. Hay que evitar, por otro lado,
los platos recomendados, o aquellos que están fuera de la carta. Cuando te
recomiendan un plato hay que desconfiar del camarero que te lo propone. Si
optas por el plato que está fuera de la carta, atente a las consecuencias
cuando recibas la cuenta. La “clavada” está asegurada. Y no digamos nada si al
entrar en un restaurante y pedir la carta observas que en vez de los precios de
cada plato pone “según mercado”. Eso equivale a decir que te cobrarán lo que
les dé la gana. Es la dictadura de muchos restaurantes de medio pelaje y
cantinas de estación, como aquellos ridículos sombreros de pelo de castor que
portaban los indianos poco pudientes. Frente a ellos, siempre perdemos la
batalla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario