Ahora lo que mola es
ser académico de algo, de lo que sea menester. Pero para ello es necesario que exista una academia. Si
no existe, se inventa. En Aragón tenemos dos academias recientes, la Academia de Gastronomía Aragonesa y la Academia de Artes del Folclore y la Jota
Aragonesa. ¿Y para qué sirven esas academias? Para recabar subvenciones de
los municipios, es decir, dinero que pagamos todos con nuestros impuestos. ¿Y
para qué más? Para poder nombrar académicos a dedo, como se ha hecho siempre desde los Reyes Católicos. Tanto es así que ayer, martes, se
entregaron 50 títulos de académicos de honor a medio centenar de músicos,
cantadores y bailadores. Lo de académico de honor significa que aquel que
recibe el diploma “no tiene mando sobre tropa”, como sucede con los generales
honorarios en las Fuerzas Armadas, o con los galenos jubilados, que son
nombrados por el Colegio de Médicos colegiados a título honorífico una vez que
se jubilan. Ello significa que ya no tiene que pagar las tasas obligatorias. Porque
digámoslo claro: un médico seguirá siendo médico una vez jubilado; un cantante
de jotas podrá continuar cantando “Por qué vienen tan contentos los labradores”
en bodas, bautizos y comuniones; y un gastrónomo seguirá comiendo todos los
días de su vida para que no le suceda como al pollino de aquel baturro que se
le olvidó comer y se murió. Yo espero que algún día me nombren académico de lo
que sea, para poder ponerlo en las tarjetas de visita, que siempre queda
elegante, en la futura esquela del ABC (si no tienes esquela del número 4 en ABC no eres nadie) y, cómo no, para poder cortar el bacalao y firmar los correspondientes diplomas con tinta indeleble. Si no eres académico de algo estás
perdido. Yo había pensado crear la Academia
de Catadores de Gaseosas de Sobre. Eso sí, siempre que me nombren presidente y que los Organismos Oficiales
me suelten algo de guita. De no es así, no trae cuenta.
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