domingo, 26 de enero de 2020

Sobre una interesante cartilla


Leo un trabajo en El Correo, firmado por Mikel Iturralde,  publicado en ese medio el 26 de noviembre de 2013, que no me ha dejado indiferente. Hace referencia a los oficios que trajo consigo la llegada del ferrocarril a mediados del siglo XIX. Entre ellos, fogonero, guardesa, calzador, guardagujas, visitador, guardafrenos, guardanoches, capataz, jefe de tren, mozo de equipajes… Cuenta Iturralde, al referirse a los calzadores del Ferrocarril de La Robla,  encargados de eliminar las inflexiones incrustando balasto bajo las traviesas de los raíles y la limpieza de cunetas, estaba obligado a conocer los Reglamentos, donde se indicaba que “los días festivos deberían asistir a misa sin excusa alguna, aún cuando estuviesen de servicio”. Los visitadores se encargaban de la inspección del material rodante. Para ello, utilizaban un martillo y a tren parado en las estaciones golpeaba las ruedas por si tuviesen fisuras, que detectaban al oído. Los guardafrenos debían estar atentos a los silbatos del maquinista para apretar o soltar zapatas mediante manivelas. Mantiene Iturralde que “era un trabajo duro y arriesgado, con largas jornadas de marcha y sometidos a las inclemencias del tiempo; embutidos en minúsculas garitas, aguantaban temperaturas extremas en invierno y verano. Estaban a las órdenes del jefe o conductor del tren a quien reemplazaba en caso necesario y durante las paradas en las estaciones solían desempeñar otros servicios, como dar el nombre de las mismas, abrir y cerrar las portezuelas de los coches, vigilar y avisar sobre polizontes”. Los guardanoches, también llamados guardavías, le limitaban a hacer recorridos a lo largo de la longitud acordada las vías por ver si existía algún impedimento. Iban provistos de un banderín rojo y de un farol alimentado con carburo. En un relato de  Dickens, éste hace referencia  “a un espectro que se aparece en las vías de ferrocarril, en una zona lúgubre perdida en la nada, surgiendo de la boca de un túnel tenebroso, siendo portador de malas y nefastas noticias. Cada vez que el fantasma se aparece, el guardavía vigilante de esa etapa del ferrocarril sabe que la muerte acecha y, por tanto, le invade una ansiedad y miedo terribles”. Señala Iturralde que “según recomendaba Mariano Matallana, experto en la materia del siglo XIX, el guardanoches debía ser ágil, decidido y diligente. Su equipo debía constar de carabina y bayoneta, canana con pistones, petardos para señales, banderín encarnado con su funda, martillo, llave de dos bocas, aceitera, mechas variadas, tijeras, farol con cristales blanco y rojo, espuerta, pala, reglamento y partes, cartera y tintero. Para los avisos tenía que soplar -con energía, pulmones y resistentes carrillos- una trompa que, junto a todo lo enumerado, llevaría colgada de un cordón. Si no se utilizaba la trompa había que optar por el uso de la bocina”. Mariano Matallana escribió varios libros, entre ellos la “Cartilla para los guarda-agujas y guarda-barreras en los ferrocarriles”. La cartilla original  consta de 78 páginas bien encuadernadas. (Establecimiento tipográfico de Ramírez y Compañía. Pasaje  de Escudillers, 4. Barcelona. 1867). 

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