Mañana, la Iglesia Católica celebra la fiesta de san Antón, y hay costumbre de hisopar a
los animales y de hacer hogueras en las plazas de los pueblos. Conozco varios
cuadros de ese santo. Uno de ellos, de Francisco
de Zubarán, donde aparece el santo de cuerpo entero. Otros, de Cèzanne, Rivera, Leonora Carrington,
El Bosco…, que representan todos ellos las tentaciones
que sufrió aquel santo durante su época de anacoreta en Egipto, si hacemos caso
a los relatos de san Atanasio y de san Jerónimo. Es curioso que hubiera un
tiempo en Madrid en el que no era raro ver piaras de cerdos coincidiendo con
esa festividad recorriendo sus calles. La festividad de san Antón comenzó en el
Siglo de Oro. Era tiempo de matanza y hasta los judíos conversos criaban un cerdo como forma hipócrita de demostrar
su fe ante los atentos ojos de la Inquisición. Llegado el día de la fiesta, 17
de enero, les entregaban a los párrocos el marrano vivo para que ellos
dispusiesen cómo repartir su carne una vez sacrificado. Con el tiempo apareció
una cancioncilla que todavía se mantiene viva en el ámbito rural: “San Antón, san Antón/ el que no mata cochino/
no come morcillón”. El filólogo salmantino Pedro García Domínguez, en su artículo “Mogarraz y el cochino de san Antón” detalla que “desde el siglo XV [al marrano] se lo asocia a San Antón al
que en 1490, El Bosco, pintor predilecto del rey Felipe II, pinta siempre al santo con un cerdo manso a sus pies. El
cerdo es el símbolo de la impureza, en la tradición judía, contrapuesta a la
defensa de la pureza en férrea pugna”.
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